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P. Gabriel de Soliello, O. F. M. Cap. 109 N o es ex traño qu e K ierkegaard haya estado en lucha con la iglesia oficial p ro testan te danesa, sobre to d o si tenem os en cu e n ta que desde los prim eros tiem pos de la R efo rm a el p ro testan tism o ha caído en un hum illante y servil con tu b ern io con los poderes estatales. «T od a com un id ad , sea el E stado, la sociedad o la m isma com unidad de los fieles, no es más que un medio de entregarse a la tem po ralidad . T o d a co ­ m un id ad pretende difundirse, con so lar. Y esto se percibe ya en el «m edio» en que se en cu en tran com unidad e individuo. La com un id ad está en el «m edio» del ser y el individuo en el «m edio» del devenir, po rqu e la existencia terren a es sólo un tiem po de p ru eb a.» P o r eso hoy el quehacer prim o rdial del m isionero debe con sistir en in terio rizar el cristianism o y p ro cu rar que los cristiano s lo sean de verdad, y p ara ello existe solam ente un m edio: hacer que el hom bre, ca d a hom b re, llegue a ser «él», po rque un a vez que se ha llegado a d escub rir su espíritu, que es su esencia en sentido cristiano , ya está hecho casi to d o p ara co locarlo d elan te de D ios. LA C OM O D ID A D POR LA G RA C I A DE DIOS E stam os viendo cóm o los cristianos, a ju icio de K ierkegaard, se están escabullendo del autén tico cristianism o, cad a uno p o r su p arte: unos d eján d o lo en pu ra fan tasía, sin p reocupación seria po r tradu cirlo a la vida p ráctica; o tro s reb ajándo lo h asta hacer de él un a simple d o c trin a ; éstos refugiándose en la com unidad de los fieles p a ra ir a la gloria en m on tón, com o el que se em b arca en una nave y no tiene po r qué volver a p reocuparse del p u erto a do n d e se dirigen, p o rqu e buen piloto llevan a b o rd o ; los de más allá qu eriendo com p ag in ar m atrim o n io y vida cóm od a con el cristianism o. Y aú n nos qu e­ d an los pro testan tes que, a cu en ta de la gracia de D ios, se desentienden de la práctica de las virtudes de renunciam iento y despojo de sí m ismos que exige el Evangelio. P ara el luteran ism o la gracia lo hace to d o ; magnífico pretexto p a ra exi­ m irse de vivir un a vida p ráctica cristiana. P ero esto en realidad no es más que una nueva esca p ato ria hacia la m undan idad. El pensam iento de D ios al d arn o s la gracia, piensa K ierkegaard, viene a ser ap rox im ad am en te el siguiente: La hum an id ad debe poner en ju e g o to d as sus virtualidades, puesto que, p o r mi p arte (h ab la D ios), he hecho to d o lo que debía, m ediante el don de la gracia, a fin de an im ar a los hom bres p a ra q u e im iten a Jesucristo, el M odelo. Este h ab ría sido el plan divino. P ero el hom b re es astu to , y en lugar de servirse de la gracia p ara anim arse a tra b a ja r,

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