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108 Cristianismoy mundanidad a la person alid ad y p asar a ser un núm ero m ás en el m ontón . Y a en una esfera m eram ente hum an a, com o el arte, el que se lim ite a seguir la co rrien te no será m uy criticado, pero nun ca p ro d u cirá un a ob ra valiosa. M as la cosa adqu iere g ravedad in so sp ech ada si nos colocam os en el plano espiritual y trascend en te del cristianism o. En éste to d o gira en to rn o a la person a singular, y esta cate­ g o ría es el p u n to desde el cual y a través del cual puede D ios ponerse en co n ­ ta cto con la hum an idad. Q u itad ese p u n to y D ios ha sido destron ado . Y ocu rre que d en tro de un a sociedad, aun q u e sea la llam ada «sociedad de los fieles», o Iglesia, es el organism o com o tal el que se pone en relación con Dios," y el individuo singular se desentiende hasta de su p reocupación m áxim a, la de la p rop ia salvación etern a. ¿No somos cristianos? ¿N o estam os b a u ti­ zados, y, p o r ta n to , no qu ed a ya g ara n tiza d a nu estra conqu ista de la etern id ad ? U n a vez llegados aquí, la persona, que cristianam ente consiste en ser espí­ ritu , ser insustituible, delante de D ios, pierde su m isma esencia y cae en u n a catego ría de in autenticid ad , de perdición. Y no es éste el único ángu lo visual desde dond e podem os y debem os a b o r­ d a r el problem a, ciertam ente card inal. H asta la m isma redención pierde interés p a ra cad a u n o de no so tro s si nos co n ten tam o s con decir que C risto m urió « p o r el género hum ano» , en lugar de decir que m urió p o r mí y que me redim ió a mí. Sólo en este últim o supuesto sentiré yo to d a esa inm ensa g ratitud hacia C risto , p o rqu e me ha hecho ob jeto de sus cu idado s y de su pasión y muerte. Lo que se ha hecho con el cristianism o, que es pu ra subjetividad, o relación personalísim a con D ios, ha sido convertirlo en objetividad o relación de todos — y de nadie — con D ios (10). H asta los sacram entos se han objetivado. El bau tism o, en lugar de a b rir­ nos el cam ino p ara ir realizando nuestro destino espiritual, se ha convertido en un a especie de salvo conducto p a ra e n tra r colectivam ente en el cielo (11). Es ésta la razón p o r la cual K ierkegaard pensaba en lo difícil que resu lta p ara uno que h a nacido en un am b iente cristiano llegar a ser cristiano de verdad. D esde pequeño está oyendo h ab lar de D ios com o de un pad re b o n d ad o so de los cristianos, y nunca, o muy raram en te, llega a tom a r conciencia de que con D ios no cabe más relación que la de la plena desnudez del to d o , del renunciam iento de todo , p a ra ponerse, solitario y angu stiado , en presencia de lo ab so luto. ( 10 ) Uno de los fallos del existencialismo, y que ya encontramos en Kierkegaard, es el desconocimiento de las relaciones que rigen entre individuo y sociedad. Están muy lejos de comprender que si bien el individuo no debe ser absorbido por lo social, pero tampoco puede crear su personalidad fuera de la sociedad, y, en nuestro caso, dentro de la Iglesia, tal cual Jesucrito la dejó establecida. ( 11 ) Pesa aquí sobre Kierkegaard la doctrina protestante de que lo mismo es ser cris­ tiano que pertenecer al número de los elegidos.

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