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104 Cristianismo .v mundanidad EL I D I L I O D E L M A T R I M O N I O El 11 de octub re de 1841 es un a fecha clave en la vida de K ierk eg aard , la fecha en que rom p e definitivam ente con su novia Regina. ¿C ausas de este rom p im ien to ? P rob ab lem en te nun ca se llegarán a conocer con to d a certeza. ¿Es qu e ten ía K ierkeg aard un com plejo de inferioridad respecto de la mujer, com plejo que le im pedía lanzarse a la av en tu ra del m atrim on io? N o es del to d o inverosím il que hubiera algo de eso. De hecho, su tipo h um a n o , rid icu ­ lizado en El corsario, y qu e ha llegado hasta no so tro s en múltiples rep ro d u c­ ciones, nos revela a un hom brecillo un poco cheposo, las piernas flacas y de un a n d a r y un a presencia de muy poco garbo. ¿Le a p a rtó del m atrim o n io una tim id ez e indecisión com o los que descubre en o tro p en sad o r so litario , Amiel, n u estro D . G rego rio M arañ ó n ? D e todo s m odos, nos interesa muy escasa­ m ente lo que en aquella decisión hubiera pod ido h ab er de m otivos psicoló­ gicos. Lo seguro es que tam bién influyeron en él sus ideas cristianas, sobre to d o la idea de que el m a trim on io h ab ía de en caden arle a la tem poralidad , lim itarle, reco rtarle las alas del espíritu. N os b asta p a ra d em o strarlo con citar sus finos análisis psicológicos de la mujer, que nos revela una fina intuición del alm a fem en ina (6). L a m u jer posee un a relación m ás próxim a que el hom bre con la tem p o ra­ lidad. N o carece de fund am en to el que la Iglesia haya h o n rad o más la vir­ g in id a d de la m ujer que la del hom b re, m ás a la m on ja qu e al m onje; y es que la m u jer, cu a n d o renun cia a esta vida m u n d an a y al m atrim on io, renuncia a m u ch o m ás qu e el hom bre. Y p o r esa m ism a cercanía a lo finito, la mujer será siempre un peligro p ara el h om b re . Es cierto que llega un m om ento en la vida en el cual la mujer se p re se n ta a n te no so tro s com o si realm ente ella encarnase la infinitud: es en tiem p o del noviazgo (7). K ierkegaard llega a adm itir que p ara el hom bre p e rd id o , la m u jer puede ser un a salvación, au n q u e parcial. E lla m isma de­ sea q u e el hom b re que la corteja sea un poco b alarrasa, con el fin de poder d ed icarse a conqu istarle p ara el bien. Es ésta u n a indudab le faceta de la psico- (6) Creemos que la clave de todo está en las palabras que pronunció Kierkegaard en su lecho de muerte: «Es la muerte; reza por mí, para que me llegue pronto y bien. Estoy desazonado. Tengo, com o San Pablo, un aguijón en la carne, por eso no pude hacer la vida ordinaria; y de aquí deduje que mi misión era extraordinaria... Esto fué también lo que me cerró el camino para llegar hasta Regina.» El que desee una información seria sobre el par­ ticular, puede leer: T e o d o r o H a e c k e r , La joroba de Kierkegaard, trad. de V a l e n t í n G . Y e - b r a (Madrid, 1948 ). ( 7 ) Acaso aquí influyera en Kierkegaard la convicción romántica del poder catártico de la mujer. Baste recordar a Margarita del Fausto.

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