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P. Juliode Amaya, O. F. M. Cap. 65 con ten id o de la m isma, no se vaya a co rrer el riesgo de a d u lterar éste y com p ro ­ m eter p o r igno ran cia elem ental aquélla. El p regonero de la p a la b ra debe asi­ m ilar la pedagogía apo stó lica del Verbo E n carn ad o y de la Iglesia a través d e los siglos; descub rir lo que la vo lun tad de D ios h a revelado a través de los hom b res qu e ejercieron esa m ism a m isión acerca de su finalidad y de los elem entos que la constituyen en su esencia y en su in te g rid ad ; log rar una p ro ­ funda concepción del m undo y de la vida, con siderados desde el p u n to de vista de D io s; ad q u irir un a conciencia evangélica sobre lo que tiene que ser el pred icado r y la predicación. U na seria m editación sobre el tem a es necesaria y urgente. Pero aun así el éxito resu ltará muy difícil en algunas circunstancias. Ya a Jesús le costó in tro d u c ir en tre sus discípulos el sentido exclusivamente esp iritual de su mi­ sión, y con m ucho optim ism o solam ente puede juzgarse que a h o ra le será m ás fácil conseguirlo. Pero es imprescindible. Sólo una idea exacta y verd a­ d era de lo que es y en tra ñ a su m isión, lib rará al pred icado r de caer en m uchas ind ign idades; sólo ella d a rá a su existencia unidad , dinam ism o y fuerza c o n ­ q u ista d o ra ; sólo ella o rg an izará todo su pen sam ien to y su estilo de vida en to rn o a u n a realidad fund am en tal, ta n to bajo el aspecto h um ano com o bajo el aspecto so b ren a tu ral; sólo ella le h ará verse integ rado d en tro del m isterio d e C risto y ejerciendo un a tarea m esiánica digna de ofrecerla su vida. En resum en: el hom b re tiene que qu ed ar sellado p o r su m isión ta n to exte­ rio r com o in terio rm en te. La sociedad y su prop ia conciencia serán jueces im ­ placables de la con co rd an cia en tre su m isión y su vida. Si esta co rrespond en ­ cia falla, h ab rá un con stan te desequilibrio, que se m a n ifesta rá de con tinuo en mil detalles de su actividad. P articu larm en te se h ará n n o to rio s los fallos c u a n d o el m inisterio exija que se lleve a la práctica to d a la entreg a y el sacri­ ficio que en un principio se aceptaron. Pero un sacrificio que revestirá form as div ersas — desp rendim ien to de la p ropia cu ltu ra y de la bu rguesía m ental, ascesis de genio y gustos, entrega de tiem po y d e vigor físico, etc. — , que serán im puestas, no p o r su deseo, sino po r el cap richo de sus catecúm enos. El q u ed a rá siempre ac o rra lad o p o r los hom b res que le exigen desp iad adam en te el cum p lim ien to de su m isión con pretensiones m olestas y difíciles; pre­ cisam ente en la fo rm a que a ellos les parece o p o rtu n a y nada más, y de la m an era que ellos in te rp re tan desde su m entalidad m u n d an a. Sobre las exi­ gencias de la p alab ra evangélica, los hom bres añ a d en las suyas p ropias, recla­ m an d o la m ayo r perfección y la estricta ad ecu ación entre el ideal y la vida. Y , ¿cóm o satisfacer, en lo que es de ju sticia, estas d em and as, sin una com ­ prensión p ro fu n d a de sí m ismo, en cu an to hom b re h istó rico , de su vocación y del esp íritu que ella reclam a? NATURALEZA Y GRACIA. 5.

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