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P. Jtilio de Amaya, O. F. M. Cap. 63 La m eta h a de acep tarse no sólo com o un derecho, sino corno una obliga­ ción. Y esta exigencia se m u estra po r razón triple. P o r razón del carácter histó rico , p o r razón de la universalidad y po r razón de la natu raleza m isma de la Teologia que d esarro lla el kerygma. En efecto: el punto de p artid a ele­ m ental p a ra el p lan team ien to del p rob lem a se apoy a en la condición histórica de la d o ctrin a revelada. P orque si ésta está cond icionada p o r las c irc u n sta n ­ cias históricas en cu an to a su aparición en el m undo y en cu an to a su d esarro llo hom ogéneo y progresivo, hay derecho a bu scar form as nuevas del p en sar teológico que expresen todas las m odalidades de au tén tica esp iritu alid ad y de acción católicas del m u n d o ; y esto de un m odo que responda, d en tro del espíritu de la trad ición y de la más p u ra o rtodox ia, a las nuevas exigencias psicológicas, sociales y literarias de la época. Si nuestro credo es tam b ién h isto ria, podem os exam inar lo que en él hay de tem poral y contingente en los térm inos y sím bolos utilizados por pasadas generaciones, y que a c tu a l­ m ente se in terpone en tre el con ten ido m ismo y la com prensión del m ismo po r nuestros oyentes. Y, en tal caso, es derecho y obligación nuestra el desligar en lo posible ese con ten ido doctrinal de las fórm ulas históricas que lo lim itan y buscar los medios p ara log rar una fo rm a de expresión adecuada a la m en ­ talid ad actual. P o r o tra p arte, la d o ctrin a cristiana es universal, y esta universalidad im ­ p on e la obligación de enseñarla en condiciones ad ecu ad as de com p rensión a ca d a hom b re de cu alquier época. Si la ad ap tación fallase, la d o ctrin a sería incom prensible p rácticam ente, y se h aría ineficaz e inútil la m isión p ro fètica de la Iglesia. P o r ta n to , la m entalidad típica, la prob lem ática y las catego rías en las que los hom bres de un a generación en cu ad ran la realidad, deben e n ­ c o n tra r eco en el apóstol, a fin de ofrecer una respuesta inteligible a los p ro ­ blem as que plantea la econom ía de salvación del universo y a la fo rm a que a d o p ta n en cad a época. P ero to d o esto tiene un fund am en to — y así en tram o s en la raíz del p ro ­ blem a — , que es el carácter esencialm ente kerygm ático de la revelación y de la teología. En efecto: la teología, lo m ismo que cad a un a de las verdades en que se funda, está o rd en ad a a la salvación; tra ta de p ro p o n er de un m odo recto , exacto y com prensible las verdades que hay que creer y los m a n d a­ m ien to s que hay que observar. La fe m isma no es un m ero asentim iento que acabe en sí m ismo, y, p rácticam ente, ni siquiera en D ios solo. N o hace falta más que reco rd ar, p ara d em ostrarlo , el co rto pero bellísimo diálogo qu e se establece en tre el catecúm eno y el sacerdote en la adm inistración solemne del b au tism o : «— Quid petis ab Ecclesia Dei? — Fidem. — Fides, quid tibí pretesta!? — Vitam ceternani.» A h o ra bien, esa fe, que luego se d esarro llará en cad a inteligencia p o r el esclarecim iento de los principios logrado p o r la teología, y que se o r-

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