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88 El apostolado de Iapalabra valor de un testim onio y la au ten ticidad de un acto. P o r lo m ismo Jesús m a nifiesta que el testim on io que d a el p red icado r de su d o ctrin a an te el m u ndo es autén tico y está sellado con su poder y au to rid ad . Este testim on io lo d ará con la p alab ra y con la vida, con to d o su ser. revelando al m undo la evidencia de un orden nuevo im puesto po r la presencia de C risto en la h isto ria ; experim en tando en su vida los valores tra íd o s p o r Jesús; com p rom etiendo su ser en tero, y entreg ándo se a la ta re a de com un icar a los dem ás esos valores que h a creído y sentido com o trascenden tes y defi nitivos p ara la salvación de los hom bres. En esto se fu nd am en ta el llam ad o apo sto lado del testim onio, que ta n ta difusión literaria ha ten ido (27). En la conciencia cristian a está que esta atestación pública de fe es im prescindible siempre, y hoy p rob ab lem en te m ás que en o tras épocas. P o r eso ha dicho P ío X II que hoy el cristianismo debe engendrar y producir santos, es decir, testigos vivientes de lo eterno, p a ra que se confirme el axiom a de qu e los san tos son siempre la m ejor escuela de fe (28). C om o consecuencia de esto, el pred icado r será un a molestia p ara el m undo y un ex traño an te los hom bres. U na molestia p ara el m undo , p o rqu e a él se puede aplicar aqu ella frase que un personaje de Pearl Buck aplica al pueblo ju d ío com o razón de su elección : «N o so tro s somos tá b an o s p ara el alm a del hom bre. N o podem os descansar h asta que el género hum ano crea en el ver d ad ero D ios.» P ero ya es sabido que p ara el tá b an o hay siempre u n a m o sq u i tera o un insecticida. Y un ex traño po rque él representa a un m u ndo nuevo que todav ía no im pera en la tierra. E sto rep resen tará a veces una pesad a carga. H ay quienes no quieren llam ar la aten ción ; quienes desean p asar inadvertido s y en con trarse en el m undo com o en su p rop io am biente. Pero fuera d e ser una pretensión inútil, convierte en ineficaz su apo sto lado . Se hace el ridículo, se reniega im plícitam ente de C risto y se deja de ser testigo suyo. C u a n d o el m undo no se ex trañ e an te nosotro s, cu ando nos reciba com o a uno m á s . .. m alo. O es que nu estro mensaje no está ac om p a ñ ad o p o r el testim onio de nu estra vida, y al d esv irtuarlo , se convencen de que les h ab íam os an u n c ia d o bon itas m entiras, o es que no sabemos ser evangelistas del m ismo. M ien tras el m undo no siga a Jesucristo, sus rep resen tan tes siempre serán unos extraños y unos incom p rend ido s. Es decir, unos so litarios. Y, p o r ta n to , el v erd a d ero ( 27 ) Prescindimos ahora de juzgar este movimiento. Se ha discutido mucho sobre él. Y ha tenido exageraciones condenables. El punto de partida, sin embargo, es el valor peda gógico y de ejemplaridad que tiene cada acción, y que San Francisco hizo famoso en ascé tica con su sermón de «Fray Ejemplo». ( 28 ) A esta Santidad, por tanto, debe sentirse llamado el ministro de la palabra. De otro modo, tendríamos que dirigirle la dura invectiva de León B loy: «Si no estás llamado a la santidad, ¿a qué estás llamado, miserable?»
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