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P. Juliode Amaya, O. F. M. Cap. 87 P ero sucede a veces lo con trario . Q ue hay quien h ab la de C risto com o de u n a m arca de za p ato s; quien p ropon e su mensaje a las gentes com o se puede p ro p o n er una póliza de seguros o un depu rativo. Acaso piensan que D ios hab ló tam bién a los hom bres van idosam ente y p ara entontecerles con sus p a lab ras y no p ara an un ciar verdades salvadoras. Saben ad a p ta rse a esa estru c tu ra psicológica especial qu e es necesaria p ara ser m ensajero y evangelista de un mensaje sin vivirlas ni p articip a r del entusiasm o que son capaces de p rovo car. N ecesitan que alguien les espolee, com o U n am uno hizo en su in troducción a la Vida de Don Quijote y Sancho; que les recuerde el ap o stro fe de H am let, conm ovido ante la ficción de los cóm icos; que el espíritu de D ios les renueve, p ara que m ediante ellos sea renov ada la faz de la tierra. C ) E l p r e d ic a d o r com o testig o de C r isto . — C laro que, com o se ha ha ob servado ya, esta actitud de p rofeta y evangelista en tra ñ a un serio com p rom iso con C risto. T o d o apó sto l es un precursor. El H om b re-D ios aparece en la historia ac om p añ ado p o r un co rtejo de hom bres enviados suyos que le anun cian . U nos le figuran y p rep aran , com o los p rofetas del A n tiguo Tes tam en to ; o tro s le represen tan y con tin ú an su m ism a m isión. En esta doble etap a, de características singulares cad a una, quedan constitu ido s los dos pe ríodo s fundam entales que h ab ría que señalar en un a h isto ria general d e la p redicación vista a la luz de la teología. A h o ra bien, el p red icado r, al proseguir esa m isión profètica de C risto, se convierte en perenne testigo suyo, com o El lo es de la T rinid ad . Si no es H om b re-D io s com o Jesús, es el «H om b re de D ios» que prosigue la ta re a del «H om b re-D io s» y d a testim onio de El an te el m undo a lo largo de los si glos. Al acep tar el h o n o r y la responsabilidad de la p alabra, com p rom ete su v ida y se hace m á rtir de C risto ; desde luego en el sentido etim ológico de la p alab ra y casi siempre tam bién en el sentido derivado. C risto es m á rtir del P ad re an te los hom b res: «testim onio d ad o a su tiem po» (25) que dice San P ab lo ; los apóstoles y sus con tin u ad o res serán m ártires o testigos de Jesús p o r v o lun tad expresa suya y po r condición y exigencia de la p ropia vocación; testigos de la luz, p ara que el m undo crea, y n arrad o res de lo que vieron sus ojos y p alp aro n sus m anos del Verbo de la Vida. H asta tal pun to que ha d i cho Jesús: «El que a vosotro s oye, a mí me oyó y el que, a vosotros desecha, a mí me desecha» (26); con la característica de que el verbo griego usado en este versículo (aziemi) tiene precisam ente el sentido ju ríd ic o de recu sar el ( 25 ) 1 Tini., 2 , 6 . Lo afirmó también Jesús explícitamente muchas veces: «Eritis mihi testes.. . » Y dice San Pedro que ellos dan fe «del poder y la venida de Nuestro Señor Jesu cristo, com o quienes han sido testigos oculares de Su Majestad». 2 Peno., 1 , 16 . ( 26 ) Le., 10 , 16 .
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