PS_NyG_1956v003n004p0057_0092

86 El apostolado de lapalabra peran zas hum an as, qu e los m ismos sistemas económ ico-políticos no han hecho o tra cosa que tra ta rla de a rre b a ta r su p aten te de salvación p ara em b au car a las multitudes. Si p a ra m uchos el Evangelio no tiene este carácter de novedad, es, aunque parezca p arad o ja, po rqu e lo desconocen. El mensaje evangélico, p o r ta n to , debe ap arecer en labios del pred icador como una buen a nueva asom b ro sa y cap az de eng end rar gozo y salvación, puesto que ofrece a los hom bres un con ten ido idéntico al que anun ció Jesús y con las m ismas g aran tías de atracción . El m ismo debe m ostrarse en ese «aire salvador» que anim a al verdadero heraldo de una gran no ticia; debe ser un hom bre au tén tico , original, nuevo tam bién, convencido del am o r y la b o n d ad de D ios. Si le falta este divino entusiasm o, descenderá frecuentem ente sobre su co ­ razón un inm enso escepticismo acerca de su m isión; a veces, h asta cierto ci­ nismo, que le llevará a la inercia y a sem b rar el desaliento y acaso un concepto rastre ro y m ercantilista de la predicación. Y de esta tentación sólo se lib rará si al rezar el salmo con que com ienza la M isa percibe de cerca a ese D ios que re­ nueva y alegra nu estra juv en tud . P ero si vive el gozo del Evangelio, su p redi­ cación se volverá más fácil inm ed iatam en te operativa en el co razón de los oyentes; no les ofrecerá piadosas vulgaridades cu ando ellos esperan la ale­ gría del heroísm o y la verdad sa lv ad o ra; no qu errá colocarse a una «con­ fortable» d istancia de D ios cu ando su tarea es m an ten er la tensión en tre el cielo y la tierra (24). La verdad de D ios es vida. Y la vida, dicen los filósofos, proviene de la vida. Si el p red icado r no vive ap asion ad am en te lo que piensa y no piensa a p a ­ sionadam ente lo que dice, será imposible que suscite la alegría evangélica en sus oyentes. Lu chará po r e n c o n trar p alab ras, pero sólo se le o cu rrirán fórm ulas que nacerán ya m uertas. D ebe h ab e r visto y vivido la verdad. H aberla visto; ser in actione, contemplalivus; tener po r lem a: Contemplan, et alüs con­ témplala tradere; d a r un testim onio sincero y exacto a la m anera del evange­ lista Ju an . Y haberla vivido, llevarla en el alm a, sentirse p reo cup ado con la idea red en to ra y salvífica, no tener que reconocer com o el pob re cu ra de G rah am G reene: «Os puedo leer lo que los san to s dicen en los libros, a u n q u e no pueda sentir con ellos.» Lograr que el au d ito rio perciba, casi sin d arse cuenta, que allí está Jesús; que se vean obligados a reconocer com o los d is­ cípulos de Em aús: «¿No es verdad que sentíam os ab rasarse nuestro co razón cuando El nos h ab lab a p o r el cam ino?» ( 24 ) Y hasta cierto punto, hay que refrendar lo que pensaba uno de los personajes de Bemanos: «Pretendo simplemente que cuando el Señor saca de mí por azar una palabra útil a las almas, la siento en el daño que me hace.» Enseñar no es divertido.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz