PS_NyG_1956v003n004p0057_0092

P. Juliode Amaya, O. F. M. Cap. 85 del Evangelio h a co n tra íd o con C risto un c o n tra to im plícito que le obliga a tran sm itir el mensaje com o él le ha recibido, con una honestidad rigurosa, que le lleve al cum p lim ien to del precep to de San P ablo, tan venerado en la Iglesia: Depositum custodi. P o r este cam ino llegamos a un p u n to en el que antes insistim os: la nece­ sidad de un co n tac to directo y estrecho con las fuentes del espíritu apostólico. La urgencia de una cu ltu ra espiritual y teológica, que no debe ser libresca, po rq u e el libro posesiona a veces de tal m anera que hace olvidar lo real, ta n to lo real de las alm as com o lo real del m undo y del m inisterio de C risto, sino p en e trad a del sentido de Jesús y de su m isión reden to ra. El enriquecim iento bíblico y teológico llevará consigo, si es sincero, el despojo peno so y difícil de nu estra m an era de p en sar p a ra p en sar com o piensa D ios de cada cosa. P ero este despojo sacrificai estará com pensado p o r u n a inteligencia m ística de las cosas y de las alm as y p o r un a p ro fu n d a intuición religiosa sobre las ne­ cesidades de los hom bres en el tiem po en que vivimos. E sta ascesis apo stó lica será la g ara n tía de prevención co n tra el pesim ism o y co n tra esa angu stia cós­ m ica que es la de ten er un mensaje y en c o n trarse en la im posibilidad de p asar la a n to rc h a encendida a las nuevas generaciones. N ad a hay tan espantoso en la vida. B ) E l p r e d ic a d o r com o evan g e lista de C r isto . — «Incunab le» recor­ d ó hace poco la cu rio sa anécdo ta de aquel p red icad o r que p regun tó a un a c to r fam o so : «¿Por qu é ustedes, diciendo cosas que son m en tira, mueven a la gente, y no sotro s, diciendo la verdad, no conm ovem os?» «Tal vez — fué la respuesta — p o rq u e no so tros, diciendo m entiras, lo hacem os com o si fuese verdad, y ustedes dicen las verdades com o si fuesen m entira.» Vamos a d a r p o r supuesto que hay en la respuesta un poco de esa exageración que cae bien en las frases bon itas. P ero p resen ta la ocasión p ara m ed itar si la predicación es m uchas veces Evangelio, bu en a nueva. Y , sin em bargo, tiene que ser así. La m isión profètica im p o rta esencial­ m ente un a actitud de evangelista, de p o rta d o r de u n a bu en a nueva, cap az de llenar de entusiasm o y plenitud las vidas hum anas. El m inisterio de la p a­ lab ra im p o rta una m isión de m isericordia. El fin de la predicación es an im ar, inv itar a o ír la voz in terio r, a vivir la vida nueva, a p articip ar de la g ran ale­ gría de la salvación. Jesús anun ció un a av en tu ra divina que respondía a la expec­ ta tiv a h um a n a de m uchos siglos esp erando al M esías; pero que resp o n d ía tam bién, en sentido objetivo, a la gozosa novedad que reside en el con ten ido del mensaje. Y este mensaje tiene en cada m om ento carácter de novedad y es esp erado angu stio sam en te p o r los hom bres, aun q u e le busquen, equ ivo cad a­ m ente, po r o tro s d erro tero s. De tal m an era esa verdad es el objeto de las es

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz