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P. Leandro de Bilbao, O. F. M. Cap. 4 9 gelio de Jesús a «las masas» con en tu siasm o ; pero ese Evangelio y ese Jesús están p rep arado s p ara «las m asas», p ara el servicio político interesado y a d u l­ teran te. Jesús sigue siendo el hom bre más g rande de la h isto ria, y su Evange­ lio, la suprem a p alab ra qu e se hab ló a los hom bres. P ero esta sup rem acía y esta excelencia únicas no le viene al Evangelio p o r su afirm ación sob ren atu ral, sino p o r to d o lo co n tra rio , po r su afirm ación terren a y social. Es la a d u lte ra ­ ción, que co n d u cirá m ás tard e a la negación to tal. E staríam o s lejos de ap reciar d eb id am ente el proceso de adu lteración si lo atribuyésem os a la m ala intención y al sectarism o racionalista. No se puede redu cir un m ovim iento tan universal, tan vasto, a u n a acción sectaria tan pequeña. El m ovim iento de «las m asas» se p resen ta con propo rcion es oceáni­ cas y acep ta com o convenientes m uchas de las ideas reinantes. «Las masas» vigorizan ciertas ideologías de pequeños sectores intelecuales, y esas ideas se generalizan gracias a «las m a s a s » .. . La teología racionalista y liberal ad u ltera el Evangelio; pero el cristia­ nism o sigue m an ten iendo la fe an tigu a en la to talid ad de sus com unidades. El peligro p a ra éstas no viene directam ente de la teología racionalista, sino d e la presencia de «las m asas», que aceptan el racionalism o en ca rre ra hacia el ateísmo. Merece estudiarse el proceso d en tro de la com u n id ad cristiana. P ara el cristianism o, el Evangelio es el libro que com p rom ete integralm ente al hom bre religioso, individual y socialm ente. El cristiano ju z g a p o r evangelio la rectitud moral de todo s sus actos. Los teólogos estud ian los h o ndo s m isterios de la divinidad, com o lo ético de las guerras, de la legitim idad d e los poderes públicos, la obediencia ciud ad an a, la inm oralidad de la usura, la ju sticia del salario, los derechos y deberes patron ales y obrero s. El hom b re evangelizado cae de rodillas en el confesionario, y se confiesa enju iciando su vida p rivada y pública, según la p alab ra de Jesús a los hom bres. La vida pública, p ara los evangelizados, se sancionab a siempre en el fondo de la conciencia indivi­ dual. Es el hom bre individual quien respond e ante D ios de lo bueno y de lo m alo que se hace en la sociedad. La vida pública es una dimensión de la privada. E sta conciencia del hom bre evangelizado se defo rm a con el pro testan tism o . El H um an ism o y la R efo rm a consiguen sep arar la vida pública de la Iglesia; cad a vez se independiza más el E stado de la Iglesia o se suped ita ésta al Es­ tado . La religión se va qu ed a n d o excluida de la vida económ ica y social. El liberalism o y el socialism o con stituy en la p enú ltim a eta p a de este proceso, que nos h a alcanzado a no so tro s ya en la p leam ar de «las masas». Se ha qu erido reducir al cristianism o al rango de una de las religiones a n ­ tiguas, renunciando a influir en la sociedad, que pasa al dom in io de la política. Es difícil seguir llam ando cristiano a un E stado que sitúa a la Iglesia al mar- N A T L 'R A I.E Z A Y G R A C IA . 4 .

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