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P. Leandro de Bilbao, O. F. M. Cap. 4 7 e x tra ñ a r a n ad ie ni se puede ten er en cu en ta al d iagno sticar sobre la religio­ sidad de «las m asas» . La m ism a n atu raleza de la perfección evangélica, po r su ca rá c te r de llam ad a individual, es p ro p ia de m inorías, es esencialm ente an ti­ m u ltitu d in a ria . Jesús ofrece la perfección a los que quieran. Si «las m asas», o p arte de ellas, se han situ ado fuera del Evangelio, no es en v irtu d de la m ism a n atu ra lez a po lítica de las m ismas, p o r su reclam ación ni p o r su gesto. Su irreligiosidad les viene de las ca p ita n ía s so p o rtad a s, que les han im puesto ideologías y m étodo s de acción antievangélicos. Bajo estas influencias, «las m asas» han resu ltado excesivamente osadas. Con u n a m oral que se justifica en sí m isma, sin re c u rrir a n ingun a vo lun tad sup erio r sa n ­ cio n an te , se ab ren paso to d a s las violencias. La h isto ria, que h a co rrido d u ran te miles de años, com o las form as de cu ltu ras anterio res, no significan p a ra esta nueva cap itan ía de «las m asas» sino form as rud im en tarias y dolientes p o r las que la hum an id ad ha ex p resad o su anhelo de liberación económ ica, esfuerzos cansinos de un a h um an id ad im ­ p o te n te p a ra vencer el ásp ero c o n to rn o de su existencia terrena. E stam o s frente a la indocilidad típica de «las m asas», renuentes a to d a excelencia fo rastera. C u a n d o el puesto de excelencia fo rastera lo o cup an va­ lores fu n d am en tales com o el Evangelio, sentim os la llegada de u n a h o ra trá ­ gica. Es nu estro caso. «Las m asas», dóciles a ciertas cap itan ías, h an rep u d iad o el Evangelio p o r antisocial, qu e es lo m ismo que decir que no les in teresa p o r­ que no les sirve p a ra n ad a, o si lo acep tan , es sólo después de ad u lterarlo , de ad a p ta rlo a su p ro p io gálibo. «Las m asas», inicialm ente, no resu ltaron tan o sadas com o p a ra rep u d ia r el Evangelio. T o d o lo c o n tra rio : a p esar de su declinan te religiosidad, q u i­ sieron p o n er el Evangelio de su p arte, lo hicieron suyo y casi p retend ieron m onopo lizarlo . Y después, a p esar del ab ierto ateísm o y de la hostilid ad a la Iglesia p o r p arte de la cap itan ía recto ra, no pueden renun ciar a lo que con s­ tituye el v alo r fund am en tal de la cu ltu ra y de la h isto ria occidental y lo acep­ tan , pero lo reciben d esn atu ralizándo lo . En lug ar de aju starse ellas a las exi­ gencias de la espiritualidad evangélica, han buscado a d a p ta r el Evangelio a sus p ro p ias conveniencias. L a gran preocupación de lo social en la cu ltu ra m o­ d ern a no viene de la presencia de «las m asas». En esta obsesionante atención a lo social, se h a leído el Evangelio subestim ando el au tén tico mensaje espi­ ritual de C risto, y a b u lta n d o su v alo r social, y conv irtiendo a Jesús en el m a­ y o r refo rm ad o r social de todo s los tiem pos. H an cogido de nuevo a C risto y lo han tend ido en el co rto lecho de P ro c u sto y le han am p u tad o p a ra aco ­ m o d a rlo a la m ed id a del estrecho y m enguado escaño: desechan su divinidad , sus m ilagros com p rob an tes, el valo r sob ren atu ral de su palab ra. «Las m asas» han socializado el Evangelio.

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