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P. Leandro de Bilbao, O. F. M. Cap. 45 om n ip o ten te y n eu tra, cuya existencia no reconoce no rm as superiores, y cuya perfección consiste exclusivam ente en un aju stad o e irresistible funcionam iento- Con la imagen del m o stru o m arino, que quizá rep resenta ocultam ente el po ­ d erío inglés, H obbes d ibu jó en to d a su crudeza un a nueva idea de estado ab so ­ luto, concebido com o único « salvador» posible de la sociedad co n tra el mal ingénito de la a n a rq u ía . Esa idea se aju sta exactam ente al m ito salvado r de los estado s m od erno s ab solu tistas, com o escribe A lvaro d ’O rs en el p ró lo g o a G u ard in i (8). E stam os y a an te un hecho decididam ente con sum ado : la sociedad m o­ d ern a está bajo el im perio de «las m asas». El prob lem a se reduce a cono cer la cu rv a de flexión que nu estra sociedad sufre en sus estru ctu ras fund am en tales, especialm ente la religiosa. ¿R echazarán «las masas» el signo cristiano de n u e stra c u ltu ra ? «Las m asas» son arreligiosas, en el sentido explicado en mi prim er trab a jo . La terren alid ad , el buen vivir m undano las ha m ovilizado. E sto no quiere d ecir que com b atan la espiritualidad . Su po stu ra es m eram ente negativa en el plano religioso, no prestan atención al o rd en sob ren atu ral. Su o rg anización política rad ica en el em peño de situarse cóm odam en te en la vida. Sin em bargo, no siempre h a qu ed ado la acción de «las m asas» fren ad a en estos linderos lógicos y han arrem etido satánicam en te c o n tra el cristia­ nism o. E stas «m asas» que acabo de estudiarlas están claram en te fuera del Evangelio. Con todo , no podem os ni debem os enjuiciar todo el proceso social de «las m asas» con el de «las m asas» clasistas. La cu ltu ra de «las m asas» presenta un plano más am plio de estudio. Bajo el im perio de «las m asas» lo social ha ad q u irid o un a preferencia in ju sta sob re los restantes valores de la vida hum an a. Incluso d en tro de las m ism as m ino rías religiosas se h a llegado a sen tir tan urgentem ente el ap rem io d e lo social, que se h a vinculado el apo sto lado , el proselitism o y h asta la m is­ m a perseverancia en la fe a lo social; y, com o es n atu ra l, se ha com enzado p o r el Evangelio, cuyo con tenido social p asa al prim er plano de la aten ción reli­ giosa. Es incu estion ab le que en el Evangelio hay un contenido social; pero, ¿la preocupación social de Jesús correspond e a la n u estra ? El m ero hecho d e hacerse tan repetidam en te esta p regun ta en nu estra lite­ ra tu ra religiosa nos puede descub rir cóm o ha cedido nuestro flexímetro an te la presión de «las m asas». En el Evangelio no existe esta preferencia p o r lo social. M ucho s desconocen esta evidencia evangélica, y creo que p o r ello nos en con tram o s en uno de esos m om entos peligrosos incluidos en el riesgo denun ciado en algun a parte por C h e ste rto n : «Las civilizaciones en su apogeo declinan po rqu e olvidan las cosas evidentes.» (8) R . G u a r d in i : El M eslanism o en e l M it o , la Revolución y la Po lítica (M ad rid , 1948), página 47.

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