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P. Leandro de Bübao, O. F. M . Cap. 37 d isfrazado b ajo el ilusorio vestuario de la religión y de la política, la burgu e­ sía pasó a la exp lotación im púd ica y b ru tal. « L a bu rguesía despojó de su n im bo to d as las fo rm as de la actividad h u ­ m a n a, h asta entonces resp etadas y veneradas. Del médico, del ju risco n su lto , del sacerdote, del p o e ta y del sabio hizo unos asalariado s que tra b a ja ra n p o r su cuenta. «L a bu rgu esía a rran c ó el velo de em oción y sen tim ien to de que se glori­ ficaba la fam ilia, y el lazo fam iliar se hizo ún icam en te u n a cuestión de d i­ n ero .» El socialismo, inicialm ente, se presen ta respetuo so h a sta cierto p u n to con el cristianism o. La colisión rad ic ab a en los principios rac io n alista s com unes a las dem ás filosofías im peran tes en la E u ro p a del X IX . A p esar de todo, no rom p ió con el cristian ism o , qu e am b ien tab a la cu ltu ra y, sobre todo , p erm a­ necía activo en la v id a pública de los pueblos. El genio an ticristiano de Israel envenenará a «las m asas» eu ro p eas y cristianas bajo la in sp iración de M arx y Engels. A un después de M arx, el com unism o ruso, en sus prim eras agitaciones so­ ciales, estab a tran sid o de m isericord ia con un p ro fu n d o sentido de cristian a herm and ad , y llegó en su abn egación a casos de verd ad ero s heroísmos, de increíbles sacrificios, d an d o a su revolución inicial el sen tido de un rescate m oral y social del pueblo. L a crítica que hace el com unism o de los males de aquellos tiem pos era en realidad la que se debía hacer. E ra frecuentem ente ju sta . El gesto prim ero de «las m asas» com un istas tuvo perfiles cristianos. Des­ pués degeneró en el m ism o sen tido terrenal, codicioso e inm o ra l, del ca p ita­ lismo que com batía, h asta conv ertir la vida hum an a en un terrib le y deso lado infierno m aterialista, en el que el hom b re es sólo un a cosa de tan tas. E stos destellos de esp iritu alid ad cristian a que b ro tan de cu ando en cu ando en la d esg arra d a lucha de «las m asas» com un istas ha convencido a teólogos p ro testan te s, y, en nuestro s tiempos, a sacerdotes católicos que, con d esgarro apostólico, han reclam ado la suerte de «las m asas» p ara sí m ismos. E stos han sim patizado con el d o lo rido gesto de esas «masas» ob reras, y han e n c o n trad o algo más que descreim iento y desesperación; han en con trado un d o lo r, que a esos sacerdotes le ha sab ido a Evangelio. La honestidad eclesiástica del teó logo p ro testan te Tilich, en tiem pos an teriores, no tuvo inconveniente en p referir el con ten ido cristiano del doliente com unism o a la religiosidad oficial del satisfecho burgués. C u a n d o «las m asas» com unistas pud ieron ex terio rizar su gesto au tén tico , no an d a b an muy lejos del Evangelio. A veces se sentía a C risto entre ellas. E sta fué la gran o p o rtu n id a d del apó sto l de Jesús. ¡Si se les hubiese predicado entonces el Evangelio! Fué más cóm o d o no creer que se ap rox im ab an tiem

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