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b o n d ad , sabidu ría, h erm o su ra, om nipo tencia, m isericordia, etc. N o tenemos p o r qué m encion ar cuestiones qu e no atañ e n p a ra n ad a a la fe y costum b res y son discutidas en tre los exegetas. El ja rd ín significa que D ios q u ería que nuestros prim eros padres fuesen felices com pletam en te y transm itiesen esta felicidad a todo s los hom bres que habían de venir después de ellos. E sta feli­ cid ad p rim itiva dep end ía de la obediencia a un precepto d iv ino ; pero el h om ­ bre, débil en su v o lu n ta d y eng añ ado p o r el dem onio envidioso, tra sto rn ó el plan de D ios; al com eter el pecado, desobedeciendo al Señor, perdió el estado de felicidad p a ra él y p a ra to d a la hum an idad. H a de darse preferencia a la d o ctrin a sobre la im agen: que el niño saque la im presión de que lo qu e la Biblia enseña no es el « fru to p ro h ib id o » o «la serpiente», sino el d ram a esp iritual en el alm a de A dán y de Eva. Desde el principio ya se h a de co lo car an te el niño la perspectiva lum inosa, tie rn a y atray en te del R edentor. Se han de explicar de tal m odo los pasajes, que, exponiendo la d o ctrin a au tén tica, se deje en trever la d iferencia que existe en tre la imagen y el c o n te ­ nido, en tre la m etáfo ra y lo expresado po r esa m etáfora. Así, p o r ejemplo : «P ara hacernos com p rend er que nu estro s prim eros padres pod ían no m orir, D ios nos señala la presencia, en medio del ja rd ín , del árbo l de la v id a...» No afirm am os, po r ta n to , n ad a acerca de la realidad o no realidad de los árboles m isteriosos, y así, cu ando , más tarde, sea necesario pronun ciarse d elan te de ellos en este sentido, n ad a d istin to de lo an terio r tendrem os que decirles, aun q u e sí perfeccionemos explicaciones an teriores. «Se com etería tam bién grave im p rud encia haciéndose eco an te los niños de las con troversias exegé- ticas; los niños, com o los fieles no iniciados, no pueden percibir ta n to s m a ­ tices de interp retación , y, ciertam ente, se escandalizarían. Y en lugar de a rro ­ ja r luz, sem braríam o s la d u d a y la o scu rid ad .» He aqu í un ejemplo p ráctico, que recojo del libro francés Origines , del C anón igo Ch. H auret, quien a su vez lo tom a de o tro m anual de enseñanza bíblica, La Creación: «H ace miles y miles de año s no h ab ía luz, ni sol, ni luna, ni estrellas. N o existían los hom b res, ni los anim ales, ni las p lan tas, ni las piedras, ni el p o lv o .. . (Aquí se pueden enum erar los objetos más fam i­ liares al niño.) N a d a de to d o esto existía. Solam ente existía D ios. C om o D ios es muy bueno y puede crear to d o cu a n to quiere — p o r eso se le llam a T o d o ­ pod eroso — , decidió crear la T ierra, con el con jun to que encierra, así com o el Sol, la L una y las estrellas. D ios no trab a ja com o los hom b res: b asta u n a p alab ra suya, basta qu e El lo m ande, p ara que las o b ras aparezcan he­ chas. Así, D ios m andó ap arecer la luz y la luz apareció. Y de este m odo todos los dem ás seres. C u ando hubo creado las cosas: p lan tas, hierbas y anim ales. D ios quiso p o n er a un ser privilegiado al frente de todo esto. Y se d ijo a sí P. Carlos de Villapadierna, Prof. de Sagr. Escritura. León 11

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