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P R O F O R I S T I C A D E L O S N U E V O S A V A N C E S B I B L I C O S A partir de la encíclica Divino afjiante Spiritu, de 1943, el entusiasmo por el estudio y lectura de la Biblia se ha multiplicado gozosamente. Así lo reconoce la reciente instrucción de la Comisión Bíblica (15 de diciembre de 1955): «Esta Pontificia Comisión Bíblica, que tiene el cargo peculiar de dirigir y fomentar los estudios bíblicos, ha tenido conocimiento por varios conductos y fuentes del entusiasmo con que los excelentísimos Prelados han secundado estas exhortaciones del Sumo Pontífice y de cuánto fruto han reportado los fieles, en no pocas regiones, de este renovado estudio de los Libros Sagrados» (1). Y así hoy constatamos una realidad esperanzadora: la Biblia tiende a convertirse en el libro por excelencia, mucho más de los católicos que de los protestantes. Mientras los esfuerzos de la Sociedades bíblicas protestantes progresan con dificultad, los católicos de todos los países rivalizan en celo por traducir los Libros Santos, explicarlos y hacerlos asequibles a un público cada día más numeroso. Este estudio, entre otras cosas, es beneficioso para la unión entre todos los cristianos, como afirma el P. Danielou, quien ve en el estudio de la Biblia una de las mejores esperanzas de acercamiento a nuestros hermanos separa dos, que ellos también evolucionan: «la teología católica se hace más bíblica y la exégesis protestante se hace más teológica». Se cuenta del Cardenal Manning que, entrando en el despacho de Wilfred Meynell, exclamó: «Cuánto me gustaría convencer a mis fieles de que la Biblia no está en el índice de libros prohibidos.» Afirmaba con ello la necesidad de (I) AAS, 48 (1956), 61 ss.
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