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Fr. Ensebio de Pesquera, O. F. M . Cap. 271 la te o lo g ía ? N o s dicen y enseñan que la redención de los hom bres se lle v ó a cabo p o r la inm o la c ió n sangrienta de Jesu cristo, y to d a « inm o la ció n » está hecha de un ofrecerse a D io s (o ra ción ) y de una aceptació n am o rosa del su frir (sa crificio ); nos dicen y enseñan que los fru to s de la redención, efectuada de una vez para siem pre p o r Jesús, se van a p lica n d o a las alm as d ía tras d ía en fo rm a de «gracias» que D io s concede, pero que tales gracias, de o rd in a rio , no las concede D io s sin o m o vid o p o r los sa crificio s y o racio nes de alm as am igas suyas que cu id a n de asociarse, en su pequeñez, a la gran inm o la c ió n del R e d e n to r universal. M iste rio s o y sig n ifica tiv o es aquel texto de San P a b lo en su carta a lo s C olosenses (1, 24): «M e alegro de mi sufrir por vosotros, y suplo así en mi carne lo que resta a los padecimientos de Cristo en pro de su cuerpo, que es la Iglesia .» Y sig n ifica tiv o es tam bién aquel o tro de S an ­ tiag o el M e n o r (V , 16): « Rogad unos por otros, para que os salvéis; pues mucho es lo que puede la oración fervorosa del justo.» Pero m ás elocuente nos ha de resultar el m ism o ejem plo de Jesús. E l, H ijo de D io s , S a b id u ría increada, M e d ia d o r entre el Padre y las cria tu ra s ra cio n ales que venía a salvar, em pleó apenas tres años en las actividad e s « p ropias» de su m in isterio . ¿Qué h izo en los restantes y precedentes treinta años de su v id a ? ¿F u e ro n , acaso, p e rd id o s para su gran m isió n re d en to ra? ¡D e ning ún m o d o ! A tal m isió n estuvo siem pre d edicado de lleno. L o s treinta años «p erdid os» de N a za re t fueron tan m ara­ villo sam e n te eficaces c om o los tres de e va n ge liza ción a las m ultitud es. L a s oraciones y sa crificio s de su v id a o cu lta nos fueron tan beneficiosos com o las p a lab ra s y m i­ lag ro s y acciones de su v id a p ú b lica . Q u is o enseñarnos que p ara sa lvar las alm as y p rom o v e r el re in o de D io s, hay algo m ás fun d am e n tal y d ecisivo que la acció n externa; q u iso a d v e rtirn o s de que es una e q u iv o ca ció n el d a r a ésta p rim o rd ia l im p o rta n cia ; q u iso pon e rn o s en gu a rd ia co n tra la p ro b a b le actitu d de creernos in ­ ú tiles si no p o d íam o s «trabajar» en cosas que se vean. Y com o sabía que iba a co s­ tam o s m u ch o ap render su lección, se de d icó a e xp licá rn o sla bien con un ejem plo de tre in ta años: casi toda su vida. — E s m u y co n so la d o r to d o esto para quienes tenem os que lle va r una v id a sen­ c illa y m onótona. — M u y co n so la d o r, ciertam ente. Y nos re sultará aún m ás co n so la d o r y herm oso, si nos detenem os a co n sid e ra r cuán esp lend oroso resplandece esto m ism o en la V irg e n M a d re de D io s. L a p u ra cria tu ra que m ás ha in flu id o en lo s destinos de las alm as lle vó constantem ente una v id a de oscura vu lg a rid a d ; v u lg a rid a d sólo apa­ rente, bien lo sabemos, pero que nos dice m uy a lto cóm o no son las circu n sta n cia s externas las que hacen que una existencia sea fecunda o estéril. C o n su o ra r y su su frir sirv ió E lla m ejor a la causa de D io s que todos lo s apóstoles ju n to s con sus ingentes fatigas y trabajos. — E n to n ce s — sa ltó una de las oyentes — no hay que preocuparse m u ch o de hacer ap ostolado... B asta con re za r y ofrecer a D io s nuestras pequeñas cosas de cad a día. N o sé para qué nos h a b lan tan to de que hay que trabajar, co operar..., que hay que ser apóstoles, que n o basta con ser buenas para nosotras m ism as... E l P. F id e l la dejó tra n quilam ente hablar. C u a n d o hub o te rm in ad o , p ro sig u ió é l: — ¡M u y bien p o r tu in te rven ció n ! M e parece n a tu ra lisim o que se te hayan o cu ­ rrid o esas cosas. ¿ A qué afa n arn o s tanto, si quien puede o b ra r eficazm ente en las alm as es só lo D io s, y lo que a E l le mueve p a ra conceder su gracia son las oraciones y sa c rificio s? Parece que el trabajo ap o stó lico resulta casi superfiuo... T e d a ría la razón, si la tuvieras; pero no la tienes. D im e : ¿qué es más im p o rta n te en el hom bre, el a lm a o el c u e rp o ? — Evidentem ente, el alm a. — Y sin em bargo, para fo rm a r el hom bre com p leto el cuerpo, es tan necesario com o ella. Y a ves cóm o hay cosas que son en sí m ism as m enos im po rtan tes y esen­ ciales que otras, y no obstante, son tam bién en la realidad igualm ente necesarias.

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