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266 Por el mundo de las almas «R uegue m ucho p o r m í, Padre. N u n ca me asustó tanto una tarea. L o ofrezco tod o p o r bien de ellos; y me re fu gio en la ora ció n . ¡C uántas veces me acuerdo de lo que usted nos decía en las reuniones de lo s jueves! ¡Si no fuera p o r la fe, y la esperanza, y... la carid ad ! « C o n sincero ca riñ o , Azucena.» A l cabo de pocos días re c ib ió el P. F id e l una segunda carta. N o era aún alegre, pero ya estaba m ás im pregn ada de an im o sa serenidad. «Padre: ¡Q ué alegría al re c ib ir su contestación! H a sid o com o un b end ito rayo de lu z en el oscuro tra n scu rrir de lo s días entre estas m ontañas. C a s i llo ré de alegría a l ver cuán cariñosam ente se acuerda de m í. L e í una y o tra vez sus líneas, ¡y sentí tanto a liv io en el co ra zó n ! G u a rd a ré m uy cuidadosam ente su carta, para releerla cad a vez que m i esp íritu necesite un poco de nuevo aliento. M e ha hecho m ucho bien, Padre; y tanto com o la m ism a carta, la seguridad que me da de que n o me o lv id a en sus oraciones. «D e oraciones tengo gran necesidad, po rqu e a q u í me sigue siendo to d o m uy cuesta arrib a. T a n d ifíc il, padre, que apenas encuentro p iedad p ara m i fuera de una o dos casas. Y o creo que lo s niñ o s en sus tareas escolares están tan bien com o pud ieran estarlo con el a n te rio r m aestro; sin em bargo, lo s m alicio so s del pueblo no dejan de d e cir p o r a h í que y o só lo sé enseñarles a rezar..., y me llam a n «la beatita». Les p e rd o n o de to d o corazón. « T ra b a jo tam bién cu an to puedo p o r hacer a p o sto la d o ; pero puedo poco, porque n o encuentro ayud a alguna. Im p lo ro la del S eñor y la de nuestra M a d re del cielo, m i V irg e n cita, y gracias a E llo s m e sostengo. P e ro en las horas m ás negras del des­ alie n to parece com o si escuchara una v o z que m e dice: « ¡P o b re ilu sa! ¿Q ué in te n ­ tarás hacer tú, in significante araña?» . «Padre: siga ro g an d o m u ch o p o r m í. « C o n to d o afecto, , Azucena.» P o r fin, en una tercera carta, a vuelta de otras cosas, y a pud o com u n ic a r una m ejo r n o ticia : « U n día, ap rovechando que la ju ve n tu d del p ueb lo estaba c h a rla n d o re u n id a y sin saber qué hacer — era dom in g o p o r la tarde — , y que los niños, m is niños, an dab an co rreteando p o r a llí, me hice la valiente y me acerqué a ellos. F u é com o si una lucecita so b renatural brillase de p ro n to en m i alm a... Se a b rió el c o rro de lo s m ayores, y se estrechó en to rn o el de los niños. M e salu daron respetuosamente, alg o co h ib id o s, y cesaron en sus ch arlas y risas. P a ra que renaciese el buen hum or, yo ch arlé risueña con ellos; y a l cab o de un rato , com o q u ien n o quiere la cosa, les in v ité a ir co nm ig o a la iglesia y rezar el ro sario , «ya que estábam os precisam ente en el mes de tan herm osa d evoción m ariana». Se qued aro n un m om ento parados, m irándose so rpren dido s, e indecisos... A l fin, d ijo un o: « A q u í no lo hay nunca, señorita.» « N o im p o rta ; si vosotros queréis, de ah ora en adelante sí lo habrá. Y o se lo diré a l señor cura.» « Y echam os a andar... N o tardam os m u ch o en llegar a casa del señor cura. E l nos v ió p o r la ventana, y debió de qued ar m uy so rp re n d id o ; pero su sorpresa llegó al co lm o cu an d o le enteram os de nuestros deseos... R e p lic ó que no p o d ía ser, porque él tenía que hacer aú n no sé qué rezos, y... L e atajé respetuosamente, dicié n d ole con gran n a tu ra lid a d : « L e com p ren do , señor cura; pero no se preocupe usted, que n osotro s pod em os arreglarnos solos. U ste d denos su perm iso y las llaves de la iglesia, lo dem ás déjelo a m i cargo, si no le parece m al» «— B ueno... Sí... Pero... ¿cóm o ha conseguido traerlos a to d o s?

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