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262 El matrimonio entre los indios pemon que nunca se in v o ca ro n seriam ente m o tiv o s que pud ieran clasificarse entre lo s to- tém icos. L a p o lig am ia no aparece nunca censurada en la lite ratu ra o ra l n i en la conversa­ ció n corriente, e xclu id a la influ en cia cristian a. M á s bien aparece alabada cu an d o un hom bre, siendo tra b a ja d o r y diligente, recibe y protege a una in d ia que nadie quiere o a una v iu d a co n sus h ijito s, m áxim e si son su cuñad a y so brinos. C u a n d o p o r una diferencia notable de m enor edad en el hom bre respecto de su m ujer ya an ciana, ésta no es apta para los deberes m atrim o n iale s, y q u izá ni para o tro s se­ cu n dario s, la m ujer suele ver con buenos ojos la llegada de la nueva esposa al hogar, siem pre que ésta sea trabajado ra, am able y hum ilde. Se dan casos de in fid e lid a d en el m a trim o n io ; pero siem pre son re crim in a d o s y satirizados. A u n q u e m enos, estos pocos casos algunas veces aparecen sancionados con el ab an d o n o y hasta con el u x o ricid io . L a larg a ausencia del m a rid o no se co n ­ sidera causa suficiente; pero sí cu an d o la ausencia equivale a un a b an d o n o para siempre. Y aunque tal vez ya lo hayan le íd o entre líneas, creo que esta es la o p o r­ tu n id a d de de cir expresam ente que ni el com ie n zo de la u n ió n m a trim o n ia l ni el po sible ab an d o n o o separación se hacen ante testigos, jueces, sacerdotes, n i clase ning una de persona investida de una a u to rid a d pú b lica , que no existe. E n lo s d ía s del p rim e r ím pe tu de la ju ve n tu d , es verdad que aparecen en núm ero algo m a y o r cierto s escarceos sexuales, sin una idea n i in tención c la ra de m a trim o n io (unión fija de p o r v id a para tener sucesión, etc.); pero siem pre son ocultos, a escondi­ das, « com o de ladrones», dicen ello s; dicen tam bién que «com o de reptiles o de an im ales en cu atro patas», y siem pre son m al vistos y re crim in ad o s; pero lo s cas­ tigos fam iliares no se llevan a m ayores extrem os, y las faltas se d iscu lp an co n cierta indulgencia. N o hay v ic io sexual que n o sea c o n o cid o y descrito en su lite ratu ra o ra l; y n in ­ guno aparece tolerad o, sin o rid ic u liz a d o y hasta sa tiriza d o . E l p u d o r, p o r o tra parte, no sólo aparece en el «guayuco» (taparrab o s y m osá), sin o tam bién en el recato del acto m a trim o n ia l y en lo s c irc u n lo q u io s o eufem ism o con que h ablan de estos menesteres. Y n o obstante la desnudez en que vivía n , la c u rio sid a d sexual existía, y se describe m aravillosam ente en la fábu la de la lechuza y el á rb o l d e rrib a d o en el cam ino. E l ayu n tam ien to de lo s in d io s con seres inferiores (com o la danta o tap ir, la culeb ra, la rata de agua, el zam u ro) o con seres superiores (com o R a tó , M a u a rí, A m a riu a k , A ved au á , etc.), según su lite ra tu ra o ra l y sus creencias actuales, ha dado orig en a in d io s legendarios (A d á p o to rí, A p ic h a u a i, A ra m a rí, etc.), de cualid ades o h a b ilid a d e s e xtra o rd in arias, y tam bién a lo s m o n stru o s y ab ortos. E sta creencia es la que, al m enos entre lo s in d io s pem ón, ha d a d o orig en a la encerrona de las neopúberes, ju n to con la dieta especial, el sim u la cro de vap uleo , etc. D e ninguna m anera es para em bellecerlas o blanquearlas. D e c ir esto, au nque lo dig a nuestro m áxim o novelista, R ó rn u lo G a lle g o s, es d e fo rm ar totalm ente lo s conceptos y hacer pensar a los in d io s a nuestra m anera, cosa tal vez p e rm itid a a u n novelista, pero totalm ente vedada a un etnólogo. Jam ás a un in d io le parecieron las jó venes des­ c o lo rid a s y am arille n tas m ás herm osas que las m orenas y sonrosadas. L a idea que lo s in d io s tienen de la co n ce p ció n no es, c om o puede suponerse, la b io ló g ica de nuestros cien tífico s; es la p o p u lar, que pod em os ver tra n scrita en el lib ro de Jo b , cap. X , vs. 9-11, y en el de la Sab., cap. V II, vs. 1-2. E sta idea ap a­ rece d e sarro llad a en la leyenda de M a ic h a p u é ; y de a h í la creencia en estos in d io s de que v ario s progenitores puedan tener parte en la fo rm a ció n de una c ria tu rita . E n térm ino s m ás generales, la m ujer es co nsid erad a com o la clásica tie rra de siem ­ bra. S u b sc rib iría n lo s indio s, com o el p u eb lo de c u a lq u ie r parte del m undo , Las Sementeras, de G a b rie l y G a lá n . Y es cla ro que, dentro de este concepto, la esteri­ lid a d tiene que ser siem pre a trib u id a a la m ujer, que en esos casos es co nsid erad a

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