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252 El naturalismo frente a la concepción cristiana de la vida que las relig iones llam a n D io s, pero D io s co n tra d icto rio p o r esencia n i existe n i e xistirá jam ás. E n la m ism a lín ea del e xistencialism o ateo, pero denotan do fuertes in flu jo s del eticism o m oderno, A . C am u s niega la existencia de D io s porque no puede a rm o n i­ za rla con las in ju sticia s que existen en el m undo , y sobre to d o con la in ju sticia de haber sid o el hom bre fru strad o p o r la creación. Su pensam iento sobre la existencia de D io s podem os sin te tiza rlo en este ra zo n a ­ m iento: P o r respeto a la esencia div in a , es menester negar su existencia. D io s , de existir, te n d ría que ser infinitam ente ju sto , la sum a bondad, pero en su o b ra en el m undo se m anifiesta una in ju sticia in fin ita. L a creació n es un incesante m anadero de m aldad. L u eg o n o hay D io s. T o d a la o b ra de C am u s está an im a d a p o r el sentim iento de re b elió n c o n tra la in ju sticia de su existencia sin sentido y co n tra la in ju sticia que re in a en el m u n d o (1). A estos tres p rin cip ale s representantes del e xiste n cialism o ateo pod em os agregar la línea m edia existencialista representada p o r U n am u n o y C hesto v, que superan la angustia in v o ca n d o una fe v o lu n ta rista llen a de ag onías y co ntrad iccio nes. B) M o ra l inmanente. 1) El hecho. — S o n m uchas las veces en que el P apa y lo s o bispo s han ha b lad o c o n tra el n a tu ralism o ético. E l hom bre m o d e rn o ha p e rd id o la dim e n sió n vertica l de la existencia, la penetración de la eternidad en el tiem po, el sentido de la p ro ­ fu n d id a d e sp iritu a l de las cosas. L a ú n ica m anera m uy sig lo X X de e stu diar el m undo es la que en éste só lo co nsid era la m a te ria lid a d despojada de to dos los reverberos suprasensibles. E n a rm o n ía co n esta tendencia a lo inm anente, el h om b re de h o y só lo acierta a considerarse a sí m ism o un elem ento de la e v o lu ció n h istó rica , ve la v id a exclu siva­ mente en fu sió n del am biente so cia l que le rodea, c om o u n to d o que fué y está en trance de ser, es decir, un pasado y un po rven ir. Y de esta co n d u cta práctica brota ese o tro im p u lso a buscar la clave de su existencia en ciertas bases de su ser, su ra zó n , sus deseos, su trabajo, su sociedad y su raza. E s superfluo a d v e rtir que, de bid o a esta d isp o sició n e sp iritu a l abiertam ente naturalista, va desapareciendo tam bién en nuestros contem poráneos la idea de que el hom bre tiene que obedecer a la v o lu n ta d de D io s, co n la co n v ic c ió n personal de que existe una estru ctura perm anente que se im pone a to d a existencia hum ana, p ara d irig ir las m ism as energías físicas y mentales, y que existe un ord en que es reflejo de la naturaleza esencial del h om b re y debe perm anecer in có lum e a pesar de las variacio nes e incidentes que presente la existencia. Este esp íritu n a turalista, inm erso d e l to d o en la re a lid ad presente y respaldado p o r las cam pañas antiteístas, ha hecho b ro ta r en la sociedad actu al un fenóm eno co n carácte r general, y en re a lid ad grave, d enunciad o p o r el Papa. L a tendencia a d e svirtu ar en la n aturaleza hum ana el in flu jo debilita n te del pecado o rig in a l y a negar tam bién la d istin ció n fu ndam ental entre el bien y e l m al. Se peca, pero se consid era el pecado com o alg o integrante y casi necesario de la n aturaleza hum ana, más aún, alg uno s pecados, p o r ejem plo, co n tra la castid ad , la ju sta venganza, la e xp lo ta ció n p o r m edios hábiles, se tienen p o r verdaderos derechos de la naturaleza y po co a po co van p e rdien do su carácter de e rro r y de ofensas a D io s. L a im perfecta d istin ció n entre el bien y el m al, va crean d o esa m en ta lid a d que cada vez se e xte rio riza co n m ás descaro y que m ira co n la m ism a benévola in d u lg e n cia el v ic io y la v irtu d com o dos aspectos igualm ente interesantes de la vid a . « L a ú n ica (1) J. L. Aranguren, El protestantismo y la moral (Madrid, 1953), 250.

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