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254 El naturalismo frente a la concepción cristiana de la vida cía de los simples de espíritu, de los corazones puros de los que sufren, de los fra­ casados.» Y tiene largos párrafos que son verdaderas diatribas contra el cristia­ nismo cuando ensalza el candor, la simplicidad, la paciencia, el amor al prójimo, la resignación, etc., «Todas esas virtudes — dice — han amenazado de muerte las excepciones vigorosas, han comprometido siempre los grandes éxitos humanos» ( 1 ). Nosotros sabemos y tenemos fe de que la religión cristiana es indefectible porque así lo proclamó su fundador. Saldrá, por tanto, airosa de este y de otros peligros con los cuales tenga que enfrentarse. Pero no hay duda que este embate contra su moral es uno de los de mayor envergadura. Estos adversarios no niegan tal o cual dogma, tal o cual costumbre de la Iglesia menos en conformidad con la época mo­ derna. Ofrecen una concepción de la vida completamente distinta, una actitud ante ella esencialmente diferente del catolicismo. Esta visión nueva de la vida se pre­ senta al hombre moderno con todos los atractivos irresistibles de una nueva espe­ ranza y de un rejuvenecimiento de la existencia. En cambio, presentan a la moral cristiana como enemiga de la vida humana, como agente principal del estado actual de miseria y como la remora que obstaculiza el avance de la cultura y el des­ pliegue libre y maravilloso de los tesoros infinitos de perfecciones y recursos que hasta ahora dormían estériles en las facultades del hombre. Al cristiano paciente, dulce, puro, pacífico, pero a la vez intrépido y valeroso hasta le muerte cuando es necesario, se opone el tipo acabado del superhombre violento, sin escrúpulos, ambicioso, entregado a la violencia de sus pasiones divini­ zadas, sin piedad ni compasión para los débiles, sin más ley que la voluntad de po­ derío. Nuestra época decidirá si en adelante la Humanidad será de Cristo o volverá otra era de paganismo mucho más cruda que la anterior, porque ésta se implantaría sobre la negación de la luz de Cristo que los primeros paganos desconocieron. «El Occidente ha perdido a Cristo; por eso el Occidente se muere, nada más que por eso» ( 2 ). C O N C L U S I O N Dostoievski tenía razón. La cultura occidental, que es la cultura universal, es esencialmente cristiana, no puede mantener, por tanto, sus conquistas, consideradas ya como conquistas de la Humanidad si la fe en Cristo y su moral trascendente no le sirve de base. Nada más cierto: «que los asesinos de Dios son también los asesinos de los hombres». Hoy lo estamos viendo con un realismo trágico. Porque nuestro mundo actual es naturalista hasta los tuétanos, la sociedad ha vuelto a la barbarie del paganismo en la depreciación del hombre. Partiendo de concepciones de la vida distintas, todos los movimientos actuales de carácter anti­ rreligioso — comunismo, totalitarismo, capitalismo liberal, etc. — que han puesto sus esfuerzos en arrancar al hombre de las manos de Dios han llegado a la misma meta: privar al hombre de sus derechos más inalienables, como son la libertad, la dignidad y la justicia más elemental. Hoy, la mayor parte de los hombres, cerradas todas las ventanillas a lo sobre­ natural y faltos de una realidad que pueda respaldar sus derechos individuales frente a los demás, mendigan estos derechos de los jefes de naciones y reuniones interna­ cionales, y cuando oyen que tal artículo ha sido votado por la comisión por diez votos contra ocho se alegran, porque se les ha concedido un derecho más. Porque al hombre de hoy se le despojó de su fe en Dios y su obediencia a una moral trascendente, ha pedido también el sentido espiritual del trabajo. Está inmerso (1) H. de Lubac, O. C., 134. (2) Dostoievski, Diario de un escritor (Madrid, 1947), 31S.

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