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236 El teatro religioso español en el siglo X X No fué ésta la única vez que la abulense le tentó pluma y fantasía. En plena madurez de su producción dramática, vuelve otra vez sobre su personaje y logra con él un triunfo más rotundo y más decisivo. En un momento crucial para España, cuando el más genuino de sus ideales, el religioso, era públicamente vilipendiado natía menos que por su Jefe de Gobierno, Manuel Azaña, Marquina tiene la gallardía religiosa, la hombría enteriza y la españolidad desafiante de sacar a las tablas, con toda dignidad y decoro, a la castellana más santa y a la santa más castellana. Teresa de Jesús logró un triunfo realmente apoteósico. Quizás influyera en ello la circunstancia temporal, pero también es indudable que, dentro del teatro religioso de Marquina, ella marca su ápice más señero. Sabemos, por confesión de parte, que para su autor era la obra más apreciada. Indudablemente tiene toda la altura dramática que puede darse a una vida tan extraordinaria como la de Santa Teresa, y ello sería ya bastante elogio, por más que en la mente del insigne dramaturgo no fuera aún su Teresa definitiva. La mística reformadora del Carmelo, gigante ya como personaje en Pasos y trabajos, adquiere proporciones de inconmensurabilidad en Teresa de Jesús. La entereza de su carácter y su exquisitez femenina, realzada por aquellos finos toques de agudeza y de humor; su penetración psicológica para calar hasta los últimos repliegues de los individuos, su santa tozudez para no retroceder ante nada y ante nadie cuando se tratara de cumplir su alta misión reformadora y de funda­ ciones, su dinamismo inquebrantable y su entereza de mujer fuerte ante las dificul­ tades y adversidades, su serenidad maravillosa ante la defección de algunos de sus íntimos — el Padre Gracián — o en quienes había puesto acariciadoras esperanzas, y todo ello aureolado por aquel halo de santidad que perfumaba deliciosamente todas sus obras y decisiones, está plasmado de mano maestra en Teresa de Jesús. Es aquella santa extraordinaria, ni más ni menos, y retratada de cuerpo entero, la que admiramos en esas deliciosas estampas carmelitanas. También el ambiente religioso de conjunto a través de escenas — sobre todo las conventuales — y de personajes secundarios está perfectamente logrado. Pero no es sólo esto; es que en esta obra hay, además, acción, esa acción que tanto se le echa de menos en otras; hay dinamismo pasional y lucha de caracteres; hay miserias humanas en unos y arranques y decisiones divinos en otros; hay huma­ nismo y divinidad, idealismo y realismo, carne y espíritu, que hacen de esta obra un drama profundamente humano en una atmósfera de sobrenaturalidad. «Quien sea capaz de sentir las bellas emociones que en un alma limpia producirán siempre las aventuras divinas de Santa Teresa, encontrará este auto teresiano de Marquina una de las más bellas obras de la literatura contemporánea.» Así escribía uno de ios más finos críticos literarios de aquella hora (1). Pero Marquina logra en esta obra no sólo esos aciertos de fondo, sino también los de forma. Esos aciertos que nuestro poeta logra en casi todas sus obras poéticas y que la crítica unánimemente le ha reconocido, parece como que en su Teresa de Jesús están quintaesenciados, como si también ellos se hubieran contaminado de la sublimidad inefable de la protagonista. Valga por todos los testimonios corroboradores que aquí pudiéramos aducir el autorizado del sagaz Marqueríe: «No era Teresa de Jesús una obra de circunstancias. Fué oportuna y eficaz cuando se escribió; pero a la vez posee valores permanentes, valores de eternidad que le hacen entrar de lleno en las antologías. La figura de la Santa y de cada uno de los personajes están estudiados por Marquina con tanto amor como excelente documentación. E l dramaturgo ha puesto de pie sobre el tablado, ha conseguido hacer vivir de nuevo figuras históricas de delicadísimo y sutilísimo carácter, en un clima muy difícil, porque en él lo humano se mezcla a lo divino y las alas de la mística rozan el barro mortal, saliendo indemnes de todas las pruebas. Teresa de Jesús no es un retablo inmóvil y falto de acción, es un cielo (1) J. Rogerio Sánchez, El teatro poético: Valle-Inclán, Marquina (Madrid), 67

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