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Fr. Modesto de Sanzoles, O. F. M . Cap. 235 Briza este esbozo de drama una idea tópica de la bondad de la naturaleza humana — personificada en Dimas, el pastor — que se siente contrarrestada, acorralada y vencida por la malicia de los hombres. Sin embargo, esa naturaleza no está del todo desprovista de sentimientos y de esperanzas ultraterrenos. Dimas, en un momento crítico y nostálgico, dice a su amada estas palabras: Un día dejarás esta casa de la tierra para habitar otra mejor, que parecen un eco de las esperanzadoras y acariciantes frases del Prefacio de la Misa por difuntos. Pero, pasado este bache, por fortuna no muy profundo, y del que el propio poeta se acusa con humildad franciscana en el prólogo-confesión de sus Obras completas , emprende un camino rectilíneo, con virtudes y defectos, con aciertos y desaciertos artísticos, como todo hombre que viene a este mundo, pero con una bondad de voluntad jamás desmentida. Muy pronto surge en ese su camino ascen- sional el personaje que dramáticamente más amó y que con más cariño y fervor trató de vivificar: Santa Teresa. Esta Santa, monja y andariega, con su reciedumbre temperamental incansable, e indomable ante lo que no fuera Dios, pero con la bon­ dad y campechanía de castellana vieja, captó todas las simpatías del dramaturgo, y fruto de esa captación fué Pasos y trabajos de Santa Teresa de Jesús. Quizá la trama dramática se resienta de debilidad, pero el personaje central está tratado con tanto mimo y maestría, que no ya sólo por su santidad, sino hasta por su mera simpatía humana subyuga y encariña al espectador o leyente. En el aspecto religioso, sin ser un drama de hondura, de tesis, ni siquiera de tema en el sentido que queda apuntado, tiene, dentro de su línea y finalidad, aciertos magníficos en la interpretación de la santidad de la monja abulense. Sirvan de ejemplo estos versos de La Alcaldesa de Pastrana: Mis fundaciones, si algún bien han de ejercer, con obras tiene que ser antes que con oraciones. Quiero con ellas mostrar, si Jesús me da la mano, que lo divino y lo humano pueden juntos prosperar. No vengo a poner el suelo con lo celestial en guerra, sino a cultivar la tierra como un arrabal del cielo... No han de ser todo retiros, ni son armas igualadas, si el diablo combate a espadas, luchar por Dios a suspiros... Huyan del gusto y regalo de los deliquios divinos; echen su alma a los caminos con una alforja y un palo... Los dos primeros versos de esta última estrofa no creo que se hubiera nunca atrevido a firmarlos la Santa Castellana. Los gustos y regalos divinos bien sabía ella que no hay que buscarlos, pero tampoco rehuirlos cuando Dios tenga a bien el concederlos. Y con la Santa comparten la buena caracterización y simpatía algunos otros personajes, como Teresica, su sobrina; el Padre Gracián, etc. Es endeble y un poco convencional y de dudoso gusto desde el punto de vista religioso la carac­ terización de la hermana Lucía, buscando acaso en ello una nota de dramatismo patético poco convincente. Sin embargo, Marquina pone en sus labios unos versos que él debía llevar muy en su corazón: Quiso ser su corazón la simiente hortelana de sus huertos; que germinaba muriendo, sus trabajos eran tierra, ¡y el árbol que ella plantó sus lágrimas eran riego; ya ha dado flor en el huerto...!

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