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234 El teatro religioso español en el siglo X X joven e ilusionado poeta hasta 1908. En esta fecha comienza de verdad su carrera dra­ mática, en ruta siempre ascensional, y el hito de partida fué Las hijas del Cid. A partir de aquella fecha los estrenos se suceden ininterrumpidamente casi cada año, hasta su muerte. Los buenos méritos de Marquina para con nuestro teatro andan elogiosamente eufóricos por casi todos los libros de nuestra historia literaria. Lo que para nuestro trabajo particularmente nos interesa de su obra es su aspecto religioso, y a él, por lo mismo, se dedicará con más espacialidad la parte de nuestra crítica. Marquina ha tenido el acierto entitativo y cualitativo de encarnar toda su producción dramático-religiosa en el cuadro un tanto barroco, pero muy español, del verso. Su teatro religioso pertenece esencialmente al llamado teatro poético, ese teatro poético del que el autor de Teresa de Jesús fué un día entre nosotros el feliz reiníciador, y recreador también, en el sentido unamuniano de esta palabra, y su cultivador más egregio. «Del teatro poético, dice un crítico, pertenece el arranque inicial a Marquina, y aunque sólo por esto fuera, merecería bien de las letras espa­ ñolas. Ha renovado la tradición de nuestro teatro, que es el teatro de pompa y én­ fasis, de verso rotundo y de consonante halagador, de estrofa resonante y epifonema que suscita el aplauso» ( 1 ). Sería hoy tarea poco menos que imposible, a base tan sólo del texto impreso, el pretender discriminar los méritos de Marquina en el aspecto religioso con relación a su primera obra, puesto que ya se ha indicado fué escrita en colaboración. Jesús y el diablo es un poema dramático, más épico que lírico, en el que se escenifican las relaciones entre ambos personajes narradas o aludidas en el texto evangélico, y en el que intervienen, además, algunos personajes alegóricos. Ni qué decir tiene que la base fundamental son las tres tentaciones de Jesús. Lo más — y lo menos también — que podemos decir de esta obra es que es respetuosa con el texto sagrado, y que sus autores han pretendido calar un poco en la psicología humana de Jesús con criterio cristiano bien intencionado. Lo más original y logrado de la misma es quizá la ten­ tación de Getsemaní, donde los autores manejan hábilmente la Sagrada Escritura y la Liturgia, al mismo tiempo que consiguen la más acertada cala de la situación psicológico-humana de Cristo en momento tan culminante de su vida entre los hombres. Termina el poema con un himno triunfal a la apoteosis de Cristo, puesto en boca del Viento, y con este epifonema, digno broche de toda la obra: « ¡¡¡T E ­ N ED FE !!!» . Marquina, cronológicamente hijo del 98, no participó nunca fervorosamente de ios desvíos ideológicos de sus representantes más genuinos. Sin embargo, sí sufrió en su carne joven algunos ramalazos de la desorientación del momento histórico. Quizás en la única obra donde hoy podemos encontrar un rastro muy tenue y muy velado, de pasos poco firmes y seguros, esta es la verdad, en una trayectoria que, por fortuna para él y para nosotros, no se siguió, es en El pastor, su primera obra enteramente original. Es ella un fruto inmaduro de la juventud de un poeta idealista y dinámico, pero tocado de un positivismo naturalista poco ortodoxo. Sorprende no poco que quien había colaborado en Jesús y el diablo escribiera luego El pastor. Alienta en esta obra un gran anhelo de justicia y de entendimiento entre los hombres, pero con una creencia ciega en la bondad de los instintos e inclinaciones de la natu­ raleza, especialmente guiados por el amor. No es precisamente obra religiosa, ni siquiera integra en sus versos un elemento que pudiera encajar en un amplio margen de ese tipo; pero hay en ella esa idea apuntada de Justicia Eterna que — en sentir del protagonista — nada de aquí abajo podrá impedir, y un halo de esperanza en esa justicia que anima y vitaliza las pocas escenas que se salvan de la mediocridad. (1) A. González Blanco, L os dramaturgos españoles contemporáneos (Valencia- Buenos Aires, 1916), 297.

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