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230 El teatro religioso español en el siglo X X a Dios en la belleza. Llegará a lo mínimo, a las delicias más sutiles, hasta el juego acaso. Se volverá otras veces con íntimo desgarrón hacia el centro humeante de! misterio, llegará quizás a la blasfemia. No importa (1). Si trata de reflejar el mundo, imita la creadora actividad. Cuando lo canta con humilde asombro, bendice la mano del Padre. Si se revuelve iracunda, reconoce la opresión de la poderosa pre­ sencia. Si se vierte hacia las grandes incógnitas que fustigan el corazón del hombre, a la gran puerta llama. Así, va la poesía de todos los tiempos a la busca de Dios... Sí, no hay duda, no puede haber poesía que no sea religiosa. Mas, sólo de cuando en cuando, recogida en deleite o retorcida en agonía, se pone directamente cara a Dios» (2). Lo cierto es que el problema, el tema o el motivo religioso aparecen siempre en la apoteosis suprema de los más intensos y más humanos de los dramas. Tal vez, para mí sin tal vez, el momento más trágico y, sin duda alguna, el más tremen­ damente dramático del Hamlet shakesperiano no está en la penúltima escena, cuando van cayendo víctimas del asesinato — de la espada o del veneno — la reina, el rey, Laertes y Hamlet, sino en la escena tercera del acto tercero, cuando el «Príncipe de Dinamarca» avanza con la espada desnuda hacia el rey con ánimo de asesinarlo, pero la devuelve a su vaina porque le ha visto arrodillado, en oración, y pronuncia estas terroríficas frases: «Pero así va al cielo... Eso fuera premio y remuneración, que no venganza... Espada, elige otra ocasión más azarosa. Cuando duerma en la embriaguez, o se halle encolerizado; en el deleite incestuoso de su lecho; jugando, blasfemando, o en acto tal que no tenga esperanza de salvación. Precipítale entonces de tal modo que sus talones tiren coces al cielo y sea su alma tan negra y condenada como el infierno a donde se desploma.» Este odio y este rencor de una grandeza verdaderamente satánica — y pocas veces este adjetivo podrá venir tan bien aplica­ do — que no se sacia con la extinción homicida de una vida corporal, sino que se clava demoníacamente en el alma de la persona odiada y pretende prolongar su insaciable venganza en un más allá eternamente desgraciado para el objeto de ella, es de un dramatismo tan monstruosamente enorme que en lo humano no creo quepa nada a él comparable. Acabo de aludir hace un momento al problema, al tema y al motivo religioso en el teatro, y no ha sido al acaso. Para mi personal concepción del teatro religioso distingo en él estos tres tipos específicos fundamentales: teatro de problema o de tesis, teatro de tema o asunto y teatro de motivo o ambiente religiosos. Teatro de tesis o de problema religioso juzgo que es aquel cuyo argumento es una tesis, o un problema o una doctrina religiosos, planteado y resuelto ese argumento con hondura teológica en forma dramática o en forma alegórica. Teatro de tema o asunto religioso concep­ túo a aquel cuyo argumento es de esa índole, pero en el que no se plantean ni resuelven doctrinas de hondura teológica, sino de tipo más bien piadoso o pareriético. Final­ mente, teatro de motivo o ambiente religioso me parece aquel cuyo tema, sin ser doctrinalmente religioso, lo es por las circunstancias de los personajes, particular- (1) No es nuestro intento polemizar con el ilustre académico y catedrático, pero no podemos menos de decir que para nosotros sí importa. Ni el poeta blasfemo ni la poesía blasfema, en cuanto tales, podrán ser tenidos nunca por religiosos, a lo menos mientras el principio de contradicción siga siendo válido. Religioso, en un sentido cristiano al menos, es el hombre ordenado, religado a Dios, mediante unas creencias, unos deberes y unos ritos. El blasfemo puede creer, como creen los demonios, y dar un testimonio, muy a pesar suyo, de su creencia hasta con su blasfemia, pero eso no basta para ser religioso. Si el hombre no cumple sus deberes para con Dios, será irreligioso, y, si va contra ellos, como el blasfemo, será antirreligioso. (2) D. Alonso, Poetas españoles contemporáneos. Biblioteca románica hispánica. Es­ tudios y ensayos, 6 (Madrid, 1952), 397-398.

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