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E L T E A T R O R E L I G I O S O E S P A Ñ O L E N E L S I G L O X X I ED U A R D O MARQU INA E l teatro religioso, de tan honda raigambre racial y de tan alta calidad artística en nuestra Patria, todavía, por fortuna para nuestras letras, sigue cultivándose y dando fe de su vitalidad intensa y fecunda en pleno siglo XX . Si España ocupa un lugar tan preeminente en la dramaturgia universal, más que a ninguno otro de sus géneros escénicos se lo debe, acaso, a su teatro religioso. Y es que en todo drama español, en el escrito y en el vivido, o late con murmullo de soterraño venero o grita con arrolladora voz de torrente el sentido, la convicción o el sentimiento religioso. Hasta el sentimiento del honor, eje y móvil de sus mejores piezas en los siglos áureos, tiene un tinte, aún más que tinte hontanar, notoriamente religioso. Cuando don Pedro Crespo, el Alcalde de Zalamea, prototipo de ese honor en el más perfecto y representativo de los dramas hispanos de ese género, le grita con toda la altivez pero también con toda la dignidad de un honrado labrador de tierras adentro, al «caprichudo» don Lope: Al rey la hacienda y la vida se ha de dar; pero el honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios, no es más que el eco, potente y viril, de un pueblo que ahorca o se deja ahorcar por el honor de esa alma en cuanto ella es patrimonio de Dios. Después de todo, el drama español no es una rara — sí gloriosa — excepción a este respecto dentro de la historia de la dramaturgia universal. El tema religioso ha sido, desde sus más prístinos albores, el que ha proporcionado al teatro sus más señalados y apoteósicos triunfos. Y es también el que ha nutrido de más alta ins­ piración a la fantasía creadora de los favoritos de Talía y de Melpómene. La trage­ dia griega y el auto sacramental español son los dos hitos más señeros de este género teatral que nos ocupa. No creo que para nadie pueda ser motivo de farisaico escán­ dalo el que se clasifique a la tragedia helénica entre las creaciones teatrales de tipo religioso. De hecho, en este aspecto, sólo ha sido superado por la aludida pieza española. Pero, entre estos dos vértices apicales del cosmos escénico, hay también montes, tesos y hasta depresiones. E l teatro religioso español de la hora actual no eleva su contorno a muchos codos de una línea bastante discreta. Sin embargo, siempre será una gran verdad, como dice Nicolás González Ruiz, que la lira teatral logra sus más sublimes armonías cuando pulsa el sentimiento religioso. Quizá pudiera aplicarse sin violencia conceptual al teatro lo que Dámaso Alonso dice de la poesía en general: «Toda poesía es religiosa. Buscará unas veces

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