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Fr. Feliciano de Ventosa . O. F. M . Cap. 217 En la historia de las bellas artes ocupa igualmente San Francisco un puesto único en la génesis de ese maravilloso arte italiano que va desde el duocento hasta Rafael y Miguel Angel. Un historiador tan frío y ponderado como J. Pijoán así juzga la aportación de San Francisco a este renacimiento: «El arte italiano tenía el estímulo de la necesidad de representar los episodios de la vida del pobrecito de Asís tal como la habían popularizado los libros de sus compañeros, especialmente las Fio- retti o Florecillas... No había en el repertorio cristiano nada parecido a la predica­ ción de San Francisco a los pájaros; su sermón para convertir al lobo de Gubio; la negación de su padre a reconocerlo como hijo; su sueño con la visión que sostenía a la Iglesia tambaleante...; todos eran asuntos que requerían una creación original. En este sentido puede decirse que el entusiasno que produjo la creación de la orden franciscana dio Ímpetu, aceleró el progreso del arte italiano del renacimiento » ( 1 ). En estas frases nada ponderativas se sustancia cuanto de más sólido y verdadero se ha escrito sobre el influjo de San Francisco en el renacimiento. Se admite este influjo como hecho innegable, pero, al mismo tiempo, se precisa en qué ha con­ sistido este influjo, limitado, según nos indica la frase que hemos subrayado, a crear una nueva voluntad artística que impele a que la técnica se afine, alcance un mayor contacto con la realidad y logre un mejor verismo. Esto va a ser, en efecto, la meta y el logro de Giotto, el gran pintor de inspiración franciscana (2). Con más lirismo, pero con idéntica motivación refrenda Blanca de los Ríos el juicio de J. Pijoán en su conferencia ante el Colegio de Doctores de Madrid: «Todos los grandes artistas, dice, posteriores al serafín de Asís han bañado sus almas en el río de lágrimas que fluye del alma de aquel grande amador; todos han bebido del caudal inagotable de la ternura franciscana para con todas las criaturas de Dios. De tal suerte, que la magna acción del Santo de Umbría sobre el arte ha creado no una escuela, no una modalidad, pero sí un gran influjo efectivo, un gran influjo de amor que, borrando hasta la memoria de la impasibilidad clásica, ha cristianizado plenamente al arte, ha bautizado al Apolo helénico, le ha bautizado con llanto de caridad..., y el mito de la belleza antigua ha perdido su divinidad, y sobre su ara vacía se ha levantado una nueva expresión de la belleza: el francis- canismo estético, la belleza cristianizada, la belleza con entrañas de amor» (3). Es, pues, innegable que la religiosidad de San Francisco, y especialmente su delicado amor a la naturaleza, ha tenido una proyección de cuantía en la cultura moderna. Lo que no aparece tan claro es cómo y por qué este influjo pueda suscitar problemática alguna delicada. Esta, con todo, se comienza a entrever cuando de los artistas e historiadores pasamos a los filósofos. J. Marías, al dar principio a su estudio del renacimiento filosófico, escribe: «Con (1) Sitmma artis..., 2. ed. (Madrid, 1954), t. X III, 98. (2) El lector avisado comprende que aludimos a la teoría estética de G. G. Woringer sobre el valor de la voluntad artística en oposición a la capacidad o técnica artística. «Nunca se planteó, escribe, la cuestión de la voluntad artística, porque esta voluntad parecía fija e in­ discutible. Sólo la capacidad fué problema de valoración; nunca, empero, la voluntad» (La esencia del estilo gótico .I Trad. de M. García Morente. Buenos Aires, 1942 18). Aunque este psicologismo ha motivado impugnaciones, sobre todo de parte de quienes juzgan la realización del arte clásico prototipo y paradigma de todo arte, sin embargo será imposible prescindir de esa conjugación que ha establecido Woringer entre el querer y el poder artís­ tico, entre el ideal y la técnica. Con relación a San Francisco, su influjo en el arte es inexpli­ cable sin esta distinción. Pobre en técnica literaria, San Francisco ejerció, no obstante, un poder fascinante en la voluntad artística, en la creación de nuevos ideales de belleza. Sobre Woringer cf. Ortega y Gasset, O. C. (Madrid, 1950), t. I, 18É-205. (3) Curso de conferencias acerca de la personalidad de San Francisco. Colegio de Doc­ tores de Madrid. (Madrid, 1927), 178.

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