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216 San Francisco y cl panteismo naturalista insignificancia en el momento de su aparición, llega a veces a tener repercusiones insospechables e inaccesibles. Mas si esto es verdad, nunca debe serlo en mengua de otros hechos verdaderamente extraordinarios. Uno de ellos parece ser el senti­ miento franciscano de acercamiento a la naturaleza, cuya repercusión histórica nos toca ahora valorar según el plan que nos hemos propuesto en nuestro estudio. Nos ayudará a esto recordar brevemente las opiniones sostenidas en torno al origen del renacimiento. J. Burckhardt dejó trazada la silueta del hombre renacentista cuando lo des­ cribía como a un ser envuelto en el frío resplandor de lo demoníaco, de calculadora frialdad en su inteligencia y desaprensivo en el uso de cualquier medio, no valiente, pero infinitamente hábil y afanoso de someter todo a su voluntad; insaciable en el goce, pero también insaciable en los estudios y en las artes, ebrio de toda forma bella y dándose a sí mismo en espectáculo inagotable ( 1 ). En estas frases marmóreas el sabio alemán quiso darnos la síntesis del hombre, que nace al comenzar nuestra edad moderna. Los otros historiadores han aceptado la visión histórica de Burckhardt, pero han buscado ulteriormente la raíz de donde brota esta nueva «humanitas». Los más han creído hallarla en el retorno a la anti­ güedad clásica con su amor a la belleza y con su entusiasmo orgiástico por la vida. Otros, por el contrario, creyeron dar con la razón de la nueva pujanza y brío que toma la historia en los bárbaros germánicos cuya fuerza vital, represada por cen­ turias en un régimen de ascetismo y teocracia, irrumpe ahora incontenible para crear la nueva cultura de los pueblos europeos. Hay otra tercera tendencia, acaudillada por el protestante E. Thode, quien, estudiando los efectos de San Francisco sobre la vida religiosa, literaria y artística, formuló la conclusión de que estas fuerzas del amor, de la entrega y de la religiosidad fueron propiamente las que provocaron el florecimiento del arte en el siglo X IV y juntamente del renacimiento ulterior. La tesis de E . Thode, ya preparada en Alemania desde el tiempo del romanti­ cismo por Goerres, y en Francia por Ozanam, ha hallado eco en todas las historias de la cultura, y hoy ya nadie escribe sobre el origen del renacimiento sin hacer alusión a esas fuerzas misteriosas que parten del franciscanismo, para hacer germinar una más radiante visión del mundo y un arte. E l P. Gemelli resume todo este esfuerzo de interpretación histórica cuando escribe; «Cuanto va a ser gloria y gala del re­ nacimiento: culto de la belleza, estudio de la naturaleza, fuerza de la voluntad, magnanimidad de carácter, alegría del vivir, en el siglo X III es franciscano, y mientras permanece franciscano es cristiano, católico y santo. Más tarde, la antorcha, pasando por manos profanas, variará de luz, variará de nombre. Pero los gérmenes de la vida moderna y de nuestra civilización voluntarista y dinámica está ya en el siglo X III, que se abismó, como ningún otro del mundo, en el sentimiento de su nada, frente a la grandeza y omnipotencia del Dios hecho hombre» (2). He aquí la visión sintética del panorama renacentista que nos dan los historia­ dores de la cultura. Este panorama se precisa y se contornea mejor si descendemos a cada uno de los campos de la cultura. En el de las bellas letras, de todos es sabido que la literatura italiana hace sentir sus primeros balbuceos en la eclosión franciscanista del siglo X III, cuyo primer brote es el Himno del Hermano Sol. Llega a relativa madurez en las estrofas hir- vientes de Fray Jacopone de Todi, y culmina en el cénit del Dante, el poeta cris­ tiano y franciscano. (1) Cf. C. B ran d i en Historia UniversaI dirigida por W a lt e r G o e tz (Madrid, 1954) t. IV, p . 189-97. (2) El franciscanismo..., 94.

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