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Fr. Feliciano de Ventosa, O. F. M . Cap. 215 y origen. En los seres hermosos admiraba la belleza infinita del Hacedor; y por los vestigios impresos en las cosas, encontraba doquiera a su Amado, formándose para sí de todos los seres una escala misteriosa, por la cual subía hasta Aquel que, en expresión de los Cantares, es amable y dulce a la vez. A impulsos de su indecible devoción, percibía la bondad infinita de Dios en cada una de las criaturas como en otros tantos arroyuelos que manan de aquella fuente inagotable; y como si en las virtudes y propiedades que Dios les había concedido adivinase un concierto armo nioso y celestial, provocaba dulcemente a todos los seres, como lo hacía el profeta David, a que cantasen las divinas alabanzas» (1). ¡Qué bello es todo esto! Y su mejor comentario el que hizo el mismo Seráfico Doctor en su memorable Itinerarium mentis in Deum..., donde tradujo a teología y sistema la vivencia que había sentido brotar del corazón de su Padre San Fran cisco. Para mejor percibirla se retira a la montaña sagrada del Alvernia, donde, a la evocación de su seráfico Fundador, mueve la pluma para transmitirnos el eterno mensaje que el mejor Padre legó a sus hijos: Secundum statum condiiionis nostrae ipsa rerum universitas (est) scala ad ascendendum in Deum (2). De modo semejante a como hicimos con Tomás de Celano, podemos resumir la lección de franciscanismo que nos ha dado San Buenaventura en estos principios fundamentales: Primero, porque Dios es el supremo y único Hacedor de todos los seres, existe entre ellos una verdadera hermandad ontològica que San Francisco vivió experien- cialmente. Segundo, las criaturas, por ser hechuras de Dios, son asimismo huellas, imágenes o símbolos del mismo; y por ello el hombre debe elevarse por su medio a considerar las perfecciones de quien las hizo, como lo practicó con incomparable ingenuidad nuestro Santo. Tercero, para logar esta visión teológica del mundo y mantener santamente un sentido de fraternidad con todas las criaturas, se precisa domeñar el hombre viejo del pecado por la mortificación y renuncia, medio imprescindible para tornar a aquel estado primitivo de inocencia en el que Adán trataba familiarmente a las cria turas de nuestro Señor, cuya réplica fué la vida santa del Pobrecillo de Asís. No han negado, por tanto, los primeros biógrafos el amor de San Francisco a la naturaleza; pero la interpretación que han dado de este hecho tan sensacional en la historia de la cultura y del arte no sólo no encierra carácter antiteológico al guno, sino que, por el contrario, se enraíza en las profundidades del dogma. Que ya es hora de que el hombre «moderno» comprenda la vida de San Francisco a la luz de la más pura teología y no tan solo al fuego fatuo de sentimentalismos literarios. II PRO Y EC C ION H ISTO R ICA D E L AMOR D E SAN FRAN C ISCO A LA N A T U R A L E Z A Y PRO B LEM A T ICA Q U E E S T E H ECHO SUSC ITA Es un pensamiento muy celebrado de Pascal que el mar entero cambia si arro jamos a él una piedra. «Done, tout est important.» Evoca el escritor francés este pensamiento para probar que en la vida de la gracia la menor acción tiene repercu sión en todo el organismo sobrenatural. Vale esto igualmente aplicado a la historia. Lo que quizá se juzgó minucia e (1) Leyenda de San Francisco, e. XX, en Escritos..., 586. (2) Itinerarium mentis in Deum..., cap. I, n. 2. Ed. BAC., t. I, 564.
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