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214 San Francisco y el panteísmo naturalista así que todas las criaturas del mundo contribuían sensiblemente a manifestar la santidad de nuestro gran Patriarca.» ¡Qué diferencia y qué distancia! Según Chesterton, que conocía tan bien la idiosincrasia de nuestra época, hoy son muchos los que aman a San Francisco y creen que fué el primero en sentir eso que el mundo moderno ha cotizado tan alto: el amor a la naturaleza, el afecto hacia los animales, el sentido de la compasión, etcétera... Pero junto a esto que admiran, ignoran u omiten la teología y la práctica ascética del dulce Santo, teología y práctica que consideran «como un accidente de la época que afortunadamente no resultó fatal» (1). ¿Cabe interpretación más opuesta a la del Doctor Seráfico?... Pero no anticipemos problemas y conclusiones. Sigamos oyendo al Doctor Franciscano. En el capítulo VIH de la misma Leyenda profundiza aún más en el problema cuando escribe: «Lleno de la mayor piedad al considerar el origen de todas las cosas, daba a todas las criaturas, por despreciables que fuesen, el dulce nombre de hermanas , pues sabía muy bien que todas tenían con él un mismo principio. Sin embargo, con mayor ternura y más dulcemente trataba a las criaturas que re­ presentan de un cierto modo natural la piadosa mansedumbre de Cristo y lo figuran en expresión de la divina Escritura» (2). Enunciado este principio teológico, San Buenaventura pasa a la anécdota que ya conocemos por los otros biógrafos. No tenemos por qué repetirlas. Mas nos interesa sobremanera recoger las últimas líneas de este bellísimo capítulo del Doctor Seráfico, pues en ellas nos da sintéticamente esa visión teológica a la que tantas veces hemos aludido. Dice así: «Debe tenerse una alta opinión de la piedad del bienaventurado Padre San Francisco, la cual fué tan admirable y verdaderamente celestial, que refrenó la ferocidad de las bestias, domesticó los animales silvestres, enseñó a los mansos y redujo a su primitiva obediencia a Ia naturaleza animal, que a causa del pecado se había rebelado contra el hombre» (3). En esta vuelta al estado de inocencia primera llevada a cabo por una terrible austeridad, por la más desesperada vida, en esta profunda realidad teológica que implica un retorno al Adán primero, tal como salió de las manos de su Hacedor, está la clave que nos descifra el misterio de las relaciones de San Francisco con la naturaleza. Así lo vió el gran caudillo del renacer católico alemán en la época del romanticismo, J. Goerres, cuando escribe: «Como él mató en sí al pecado, la naturaleza se le acercó reconciliada como antes de la caída original» (4). Y Fed. Ozanani, repitiendo la idea del Seráfico Doctor, escribe a su vez: «Si Francisco por su inocencia y simplicidad había llegado, por decirlo así, a la condición de Adán, cuando el primer padre veía a todas las criaturas a la claridad de una luz divina y las amaba con fraternal caridad, las criaturas, a su vez, le correspondían con la misma obediencia que al primer hombre, restableciéndose para él aquel orden destruido por el pecado» (5). El Seráfico Doctor nos da aún otro principio para interpretar el hecho que veni­ mos analizando. Nos referimos a la concepción del mundo como camino para ir a Dios. Y a vimos cómo Tomás de Celano prestó atención a esta idea que en San Buenaventura adquiere plena lucidez. «Por la contemplación de los magníficos es­ pectáculos de la naturaleza, escribe, se elevaba San Francisco a su primera causa (1) O. C., 8 . (2) En Escritos..., 579. (3) O. y I. cit., 585. (4) Cit. por J. Bta. Wuiss, Historia Universal. Trad. de R. A mado (Barcelona Í927>, vol. VI, 170. (5) Los poetas franciscanos de Italia en el siglo XIII. Trad. del D uque de M aqueda . Col. «AUSTRAL» (Buenos Aires, 1949), 56.

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