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Fr. Feliciano de Ventosa, O. F. M . Cap. 213 que apunta de lejos el hito final: De la contemplación del Creador (1). Copiemos tan bellos párrafos, que valen por todo un libro de metafísica religiosa. «Anhelando salir de este mundo como de un destierro, aprovechadísimo y feliz caminante, se servía no poco de los objetos que en el mundo se admiran. Muchas veces lo consi deraba... con respecto a Dios, cual clarísimo espejo de su bondad. Admiraba en las cosas hermosas al hermoso por excelencia, y todo lo veía bueno para él y óptimo para quien nos ha creado a nosotros. Buscaba por todas partes e iba en pos del Amado por las huellas impresas en las criaturas, y de todas formaba como una escalera para llegar al mismo divino trono. Reunía en su ternísimo afecto de devo ción todas las cosas, hablándoles del Señor y exhortándolas a su alabanza.» Enunciado este principio, pasa Celano a la anécdota comprobatoria, siempre tan emotiva: «Dejaba sin apagar las luces, lámparas, velas, no queriendo extinguir con su mano su resplandor por ser símbolo de la luz eterna. Caminaba con reverencia sobre las piedras, en atención a Aquel que a sí mismo se llamó piedra... Prohibía a los religiosos cortar los árboles de raíz, para que hubiera esperanza de que bro tasen de nuevo. Mandaba al hortelano que los últimos espacios del huerto los de jara sin trabajar, para que a su tiempo el verdor de las hierbas y las vistosidades de las flores predicasen al hermosísimo Padre de todos los seres... Recogía de! suelo los gusanillos para que no fuesen pisoteados, y a las abejas, en tiempo de invierno, a fin de que no pereciesen de frío y escasez, hacíalas dar miel y vino generoso. A todos los animales daba el nombre de hermano, si bien sentía preferencia por los mansos. Pero ¿quién podrá referir todas las cosas? Pues, en verdad, aquella fuente de toda bondad, que se manifiesta completa en todo y para todos, se comunicaba a nuestro Santo también en todas las cosas.» En los números sucesivos de su largo capítulo, Celano, que transpira en estas páginas dulce emoción, nos va relatando más y más anécdotas. Pero, ¿para qué m á s ? .. Dos son, en conclusión, los principios que nos ha señalado este biógrafo, el más autorizado, aun hoy día, al final de la batalla librada en torno al valor de las primeras fuentes de historia franciscana. Primero, hay una relación íntima entre la santidad de Francisco y su viva comunicación con la naturaleza. Segundo, para Francisco, la naturaleza es la obra de la bondad de Dios, y por ella el hombre debe ascender hasta E l para alabarle y bendecirle. San Buenaventura es algo más parco en la anécdota, pero muy largo en su visión teológica, por la que nos introduce en el misterio del pecado y de la reconciliación tal como se verificó en el alma del Poverello. En el capítulo V de su Leyenda de San Francisco, nos muestra el anverso y reverso del alma del Santo, al anudar su vida de penitencia y su intimidad con las criaturas. Ya el título del capítulo dice así: De la austeridad de su vida y de cómo las criaturas le proporcionaban consuelo (2). Liga, por tanto, el Doctor Seráfico la austeridad de vida, la mortificación del cuerpo, la lucha contra la perversa inclinación de los sentidos con el consuelo que Dios le enviaba por sus criaturas. Es que nuestro Doctor ve precisamente en dicha morti ficación en cuanto significaba el sometimiento del cuerpo al alma, de los impulsos malos a las elevaciones del espítiru, la causa teológica del rendimiento de las cria turas. Por ello concluye dicho capítulo con estas palabras: «Considerad cuánta fué y cuán admirable la pureza y virtud de este Santo a cuyo imperio y voluntad el fuego apaga su ardor, el agua se convierte en vino generoso, los ángeles le recrean con sus celestiales armonías y la luz divina le señala el camino, demostrándose (1) Cap. X I X , 484-489. (2) En Escritos..., 52.
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