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212 San Francisco y el panteísmo naturalista mosas flores, para que a su tiempo y con su belleza y aroma invitasen a cantar divinas alabanzas a cuantos hombres las viesen y contemplasen. Pues en la verdad toda creatura nos habla, diciendo «Dios me creó por amor tuyo, ¡oh, hombre!». Entusiasmado el biógrafo ante el cuadro bellísimo que había dibujado y que nosotros tan solo hemos podido resumir, exclama con aguda penetración psico­ lógica y artística: «Nosotros, que vivimos con el Santo, podemos asegurar que le vimos muchas veces gozarse en todas las creaturas de tal modo, que al mirarlas o tocarlas parecía que su espíritu no vivía en la tierra, sino en el cielo, y por los muchos consuelos que experimentaba en las creaturas, poco antes de su muerte compuso un himno de alabanzas al Señor, admirable en todas sus creaturas, con el fin de excitar los corazones de cuantos oyesen aquel himno a glorificar y bendecir a Dios.» Sabido es que el biógrafo alude al Himno del Hermano Sol. Con él va a cerrar el maravilloso cuadro que ha venido describiendo a través de todo el capítulo. Como preludio a sus divinas estrofas, nos recuerda que el Santo apreciaba más al sol y al fuego que a las otras creaturas , porque «el sol es la más hermosa entre todas; que más semejanza tiene con Dios nuestro Señor; y que en las santas Escrituras se da a Cristo el nombre de Sol de justicia; por eso, al querer dar algún título al referido himno que compuso en alabanza del Señor..., lo intituló CAN T ICO D E L H ERMANO SOL». Por demasiado conocido no lo reproducimos aquí (1); pero sí debemos recoger todo el aroma espiritual que rezuman esas páginas de la primitiva literatura fran­ ciscana, tan profundamente religiosas y maravillosamente artísticas. A través de ellas podemos ir orientándonos para llegar a una recta interpretación de! «amor de San Francisco a la naturaleza». Tal interpretación se nos da sin ambages en los dos grandes biógrafos Tomás de Celano y San Buenaventura. Ambos, sin preocupación alguna apologética y sin sospechar, creemos, los desvíos y mixtificaciones a que se vería sometido el genuino espíritu del Santo, nos dan abundosamente los hechos; pero al mismo tiempo, la clave teológica para interpretarlos. Tomás de Celano, siempre rico en la anécdota, no nos defrauda en el presente caso. En la Vida Primera salpica aquí y allá su narración con referencias a la vida de intimidad de San Francisco con la naturaleza. Especialmente lo hace en dos capítulos, donde nos habla respectivamente de la predicación a las aves y obediencia de las criaturas todas en el primero de ellos, y en el segundo, de los cuidados del Santo por una ovejuela y unos corderillos (2). Tan interesante como los hechos referidos es el comentario de Celano con que concluye el primero de los dos capí­ tulos: «No podía menos de ser santo aquel a quien tan rendidamente le obedecían las criaturas y a cuyo mandato los mismos elementos trocaban su naturaleza.» En esta breve frase hallamos una de las claves para penetrar en el misterio del amor de San Francisco por las criaturas. San Buenaventura, con su penetración de doctor, siguiendo por este camino, penetrará más en la relación teológica entre la santidad y el contacto con la naturaleza. Mas antes de oir detenidamente a éste, escuchemos cómo el mismo Celano nos da otro principio clave en la interpretación que buscamos. Nos lo señala en la introducción del capítulo que en la Vida Segunda dedica a este tema bajo un epígrafe (1) E l texto italiano y la versión española puede verse en Escritos..., 70-71. (2) Cap. X X I y XXVI11, 322 y 335.

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