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Fr. Feliciano de Ventosa, O. F. M . Cap. 211 Los biógrafos del grupo de Fray León, tildados de poner en relieve ante todo la faceta más austera y rígida de San Francisco, son largos en la descripción del hecho, aunque muy cortos en el comentario, que tan solo insinúan. Así, las Flo- recillas nos refieren al pormenor el inspirado suceso del lobo de Gubio (1) y la encantadora predicación de San Francisco a las aves (2). Ambas escenas se pasean triunfantes por el arte y la literatura mundial, mil veces repetidas y comentadas. Delicadísimo es asimismo aquel capítulo en que se narra cómo un joven cazó unas tórtolas, que llevaba a vender, y cómo San Francisco se las pidió «para que unas aves, decía, tan mansas e inocentes, que en la Sagrada Escritura son comparadas a las almas castas, humildes y fieles, no caigan en manos crueles que las maten» (3). Generoso el joven se las entrega al Santo, quien las hace un nido «para que deis fruto (habla con ellas) y os multipliquéis conforme al mandato de vuestro Creador». Estos son los relatos principales que nos dan las Florecillas sobre el amor de San Francisco a la naturaleza. Inútil buscar en ellas la motivación de estos bellí­ simos episodios. Son obra de intuición artística más que de reflexión, aun admitiendo en ellas el trasfondo de una tesis bien definida (4). E l biógrafo del Espejo de Perfección se detiene durante un largo capítulo en re­ ferir múltiples anécdotas de la convivencia de San Francisco con la naturalzea, reunidas bajo el epígrafe Del recíproco amor de San Francisco a las creaturas y de éstas al Santo (5). Como introducción teórica motivadora se limita a hacer esta observación inicial: «Enajenado todo en el amor de Dios el bienaventurado Fran­ cisco, no sólo en su propia alma, adornada ya con toda suerte de virtudes, sino también en cualquiera otra creatura, conocía perfectamente la bondad del Señor, por lo cual se sentía arrastrado con un singular y entrañable amor, principalmente hacia aquellas en las cuales le parecía observar alguna cosa referente a Dios o a la religión.» Luego de este breve pero significativo preámbulo, el biógrafo nos habla de la ternura de San Francisco para con la alondra, «pues lleva una especie de capucha semejante a la de los religiosos y es ave humilde que va alegre por los caminos, buscando algunos granos con que alimentarse»; del intento que tenía el Santo de irse un día al emperador para que mandara que todos los hombres en el día de Navidad dieran abundante comida a los pobres de Cristo y, además, a los pajarillos, al buey y al asno; de la reconvención que hizo al hermano fuego cuando el cirujano, aplicando el bárbaro procedimiento de la época, determinó cauterizarle la mejilla correspondiente al ojo dolido; de cómo ni siquiera permitió que un fraile apagara el fuego que ya comenzaba a quemarle el hábito: «No quieras, hermano mío, no quieras causar molestias al hermano fuego»; del singular amor que tenía al agua, «por la cual se figura la santa penitencia y la tribulación»; a las piedras, «por amor de Aquel a quien se da el nombre de piedra»; a los árboles, «por amor de Aquel que quiso obrar nuestra salud en el árbol santo de la cruz»; a las flores, «por amor de Aquel que se llama a sí mismo flor del campo y lirio de los valles». Quería también el dulce Santo, nos sigue refiriendo el biógrafo, que hubiera un pequeño jardín en el huerto, «plantando en él hierbas odoríferas y arbustos de los que producen her- (1) Florecillas, cap. X X , 132-134, en Escritos completos de Sun Francisco de Asís y biografías de su época. Ed. B A C . (M adrid, 1944). Todas las citas de ¡as fuentes franciscanas están tomadas de esta colección. (2) Cap. X V , 122. (3) Cap. X X I , 135. (4) Cf. P. L eandro de B ilbao , O. F. M . Cap., Nostalgia y partidismo en «.LasFlorecillas»: Estudios franciscanos 51 (1950), 305-328. Contra la tesis del P. Leandro de B ilbao opina el P. Em idio de A sco ii en la cit. o. El alma de San Francisco, 313-315. (5) Cap. X II, 782-787. N A T U R A L E Z A Y G R A C IA .— 3 .

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