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Fr. Feliciano de Ventosa, O. F. M . Cap. 221 de paganismo anacrónico el viento, supo entrever en Nazareth la cuna de la mayor humanidad... Y que bajo el portal franciscano, entre el asno y el buey, mansos amparadores, donde los reyes y los pastores, de rodillas se daban la mano, inventó el culto y la devoción del Nacimiento, manadero de humanismo glorioso, encarnación del verdadero Dios en hombre verdadero. Santo de Asís, ¡danos tu mano! Nuevo Jesús en carne italiana, ¡bendiciones te pido para la Italia hermana... y para nuestra España, bendiciones, hermano!...» Salamanca. Colegio Mayor de la Inmaculada. F r . F eliciano de V entosa , o. f. m. cap. N O T A F I N A L Terminado de componer nuestro estudio, cae en nuestras manos el n. 66 de Cuadernos hispanoamericanos (1955), donde Lili Alvarez nos traza la silueta espiritual del joven scoutista Guy de Larigaudie. Quedamos gratamente sorprendidos de hailar en el espíritu de este joven del siglo XX esa faceta de espiritualidad que hemos tratado de percibir en su pureza a lo largo de nuestro estudio. Lo extraño, y que prueba lo verdaderamente actuales que son estas cuestiones, es que la misma escritora señala respecto de la espiritualidad del joven scoutista parecidos problemas a los que hemos estudiado con relación a San Fran­ cisco. Permítasenos, como apéndice, acotar algunos textos que en su brevedad iluminan cuanto hemos dicho sobre el modo de comprender a San Francisco el hombre moderno. «En Guy de Larigaudie hallamos la personificación de una forma de espiritualidad nueva, muy moderna: una especie de franciscanismo deportivo a lo siglo XX...» (p. 277). «Como en San Francisco, la nota distintiva de Guy de Larigaudie es la alegría. Joie de vivre que desborda y busca en las máximas emociones y bellezas que puede brindarle la creación, en la plenitud de la existencia terrena, la elevación de su alma a Dios. Pero no podía ser un entusiasta, un místíco del gozo del universo, porque antes es un duro asceta que sabe de la lucha consigo mismo por conservarse puro. Su euforia no es pagana ni pan- teísta, porque tiene previamente una conciencia del mal...» (p. 283). «En su contacto con la naturaleza donde alcanza su captación más profunda y reveladora. Tiene como un sentido especial para percibir esa misterio saligazón entre creación y Creador: la limpidez sobrenatural de su alma le hace, como el Santo de Asís, inmediata y espontánea­ mente sensible al eco de lo Divino, que se esconde en la naturaleza.. Guy de Larigaudie es uno de los descubridores más delicados de lo que yo llamaría, para evitar el prefijo horroroso neo, el franciscanismo moderno...» (p. 291-292). Estas líneas nos dicen que la fuente de Asís sigue manando, al tiempo que dan la voz de alerta contra los enturbiadores de sus purísimas aguas. N A T U R A L E Z A Y G U A C IA . í .

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