PS_NyG_1955v002n003p0209_0227

226 San Francisco y cl panteismo naturalista agradecido de las criaturas incapaces de dar gracias a su buen Dios por el beneficio de la existencia. Ahora todo es claridad de mediodía. Nada de las esfumaturas de la visión pan­ teística. Aquí todo se contornea y ocupa su puesto preciso. Ahora queda definitiva­ mente explicado el amor de San Francisco a la naturaleza; explicada su tendencia a ver en los seres menudos y finitos al Infinito y Señor de todo; explicado su simbo­ lismo típicamente original, a través del cual todo le hablaba de Dios y de todo hacía escalera para subir hasta El. Para completar nuestro estudio, nos sería preciso estudiar las consecuencias de esta concepción religiosa de San Francisco, especialmente por lo que hace al tema, tan del día, del valor religioso del mundo, de las cosas creadas. También sería preciso examinar la senda oculta que siguió el Santo hasta llegar a la cumbre en que la teo­ logía se abraza con la santidad, y en nuestro caso, también con la poesía y el arte. Pero no podemos alargarnos más. Nuestro esfuerzo en este estudio no será malogrado si hemos apuntado certeramente a una de las falsificaciones de la espiritualidad del Foverello de Asís e iluminado la interpretación verdadera de su amor a las criaturas. Permítanos, con todo, el lector que, como contraprueba literaria de cuanto llevamos dicho, acotemos de la muy conocida poesía de Eduardo Marquina sobre San Francisco algunas de sus estrofas más cargadas de pensamiento filosófico y de sugerencias poéticas. Si por primera vez fué esta poesía pronunciada ante un Colegio de Doctores, bien podemos confirmar con ella nuestra árida lección de filosofía franciscana. Es un testimonio de excepción que prueba cómo un poeta moderno, más aún, modernista en su juventud literaria, ha podido sentir cristianamente la poesía límpida, cuya fuente, el poeta que murió con el cordón franciscano nos lo va a decir, se halla en Asís de Umbría (1): Se requerían para resucitar la naturaleza, Ia claridad de espejo de Dios que tenían sus cosas en los tiempos de la humana pureza, un alma pura, una conciencia nueva y un mirar que calara como el agua en las cosas, y que no se estancara en los relieves de la gleba. Y fué resucitar la creación; lozana, rezumando otra vez, como en la edad prístina, alma inocente... «Por el amor de Dios, hermanas Aves, alabadme al Señor, que os ha dado agua en las fuentes y trigo en el prado y en el pecho calor y alas de plumas suaves para incubar las crías en el nido abrigado. ¡Alabadme al Señor, hermanas Aves!...» Esta fuente de Asís, que manaba y corría, floreciHas regando en pradera italiana, la alumbró San Francisco: esta es su poesía que, nombrándola de él, llamaré franciscana... que desde Italia, cuando el Nacimiento de Venus, retornando, parecía que para siempre encendería (1) Cf. Curso de conferencias..., 307-329.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz