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224 San Francisco y el panteísmo naturalista Además, la naturaleza importa una norma valorativa, de tal suerte que tanto una realidad será objeto de mayor estima y aprecio cuanto más inmersa se halle en la naturaleza. «Lo natural» es lo bueno, lo recto y lo perfecto. Finalmente, ese sentido de misterio que como penumbra envuelve a la última causa del cosmos, el hombre moderno lo ha trasladado del ser transcendente, del Dios personal de las religiones, a la misma naturaleza, eliminadora de toda idea de transcendencia desde el momento en que es concebida como la última y definitiva realidad. De aquí la veneración que el hombre moderno le profesa. De aquí el lla­ marla Dios-Naturaleza, Madre-Naturaleza. De aquí el alabarla por su poder creador, sabio y bondadoso, a quien el hombre debe entregarse confiado. De aquí la identi­ ficación de lo natural con «lo santo». Como terminamos de recordar citando a G . Bruno, la naturaleza es animal sanctum, sacrum et venerabile (1). Amparada por esta concepción de la naturaleza es como se ha diluido en la literatura y en el arte esa mentalidad moderna de la fraternidad universal por la que muchos se sienten ligados a todos los seres por ser diminutas manifestaciones de ese único ser, «Dios-Naturaleza». Así se explica el naturalismo Rcuseoniano, el ro­ manticismo demoníaco de Byron y Shelley, la orgía activística de Goethe, el místico simbolismo de nuestros poetas decadentistas. Para hombres de otras edades, Dios se había manifestado en un milagro de revelación. Para el hombre moderno no hay otro milagro ni otra revelación de lo Absoluto que la «Madre-Naturaleza». Si cotejamos ahora toda esta batahola filosófica con la ideología franciscana, parecerá increíble que se haya podido confundir la mentalidad de San Francisco con esta altanera filosofía y esta parodia de misticismo. Si hay un trasfondo de filo­ sofía en la mente de San Francisco, y lo tiene que haber, pues obraba como ser racional, este trasfondo es la antítesis de la filosofía que esquemáticamente hemos descrito. Para Francisco nada tan claro y límpido como el hecho de la paternidad divina. Mas esta paternidad debe ser entendida a la luz de eso que parece comprender el niño y que ningún filósofo llegó a excogitar: la creación. E l mundo, hechura de Dios. Francisco lo había aprendido en las rodillas de su madre Pica. Lo había cantado en los salmos de David: Manus tuae fecerunt me et plasmaverunt me. Había leído el evangelio de la Providencia de Dios para con los suyos. Y ante este misterio de amor y de paternidad, de misericordia y de providencia, Francisco sale al bosque para, entre el brillo de las estrellas o entre el canto de los pájaros, clamar a su Dios del cielo: «¡Quién sois Vos, Dios mío, y quién soy yo¡» Los modernos historia­ dores de la espiritualidad franciscana han puesto en relieve el profundo sentido de adoración que impregnaba el alma de San Francisco (2). Mas esta adoración tenía su latente y perenne hontanar en el sentimiento de tremenda distancia y de benévolo acercamiento, que, cual flujo y reflujo, transportaba de sentido religioso el alma del Santo de Asís. Conservamos preciosos restos que las olas de este flujo y reflujo transportaron del mar místico en que vivía Francisco a las playas de sus breves escritos. Ningún resto más precioso en este sentido que las divinas Laudes en las que invitaba a todos a ensalzar y alabar al Santo, santo, santo, Señor Dios omnipotente, que es y será y ha de ser (3). (1) Para una ampliación de este análisis, cf. R. G uardini , Das Ende der Neuzeit (Würzburg, 1950), 46-53. (2) Cf. W . L ampen , S. Francisais cultor Trinitatis, en Arch. Franc. Hist. 21 (1918), 449-467. V itus A . B ussum , O. F . M . Cap., De spiritualitatefranciscana, cap. V II: Francisais strenuus Paiernitetis divinae praeco (Roma, 1949). 49-60. M . M üller , O. F. M ., Gottes Kinder vor dem Vater, hr Werden, Sein u. Leben (Freiburg B., 1943). (3) Escritos..., 66.

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