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Fr. Feliciano de Ventosa, O. F. M . Cap. 223 Ya con el análisis que terminamos de hacer sobre los puntos de contacto entre San Francisco y el panteísmo literario nos parece haber talado mucha maleza de confusionismo. Llegamos, sin embargo, muy gozosos al último tramo de nuestro estudio, pues en él queremos encontrar la razón primera que diferencia la menta­ lidad del Poverello de todo ese falso misticismo naturalista en que ha sido envuelto. A su luz no será difícil calar cuándo en los entusiasmos por la santa fraternidad, universal, cósmica, que predicó el dulce Santo de Umbría, hay oro de verdad cris­ tiana u hojarasca de feo y nebuloso panteísmo. V D ISC R EPAN C IA R A D IC A L EN T R E LA E S P IR IT U A L ID A D D E SAN FR AN C ISCO Y E L PANTEISMO N A TU R A L IS TA Analizando Chesterton las relaciones de San Francisco con la naturaleza, escribe, con el ingenio que le es tan propio: «Como poeta fué lo más opuesto al panteísmo. No llamó madre a la naturaleza; llamaba hermano a un determinado gorrión o jumento. Si hubiese llamado tía al ave pelícano o tío al elefante (cosa que pudo hacer), también hubiera querido significar que se trataba de criaturas individuales a las que su Creador asignó un lugar concreto, y no de meras expresiones de la energía evolutiva de las cosas. Por esta razón su misticismo se halla tan próximo al sentido común de los niños. Un niño comprende sin dificultad que Dios hizo al perro y al gato; y, no obstante, se da cuenta exacta de que la creación de los perros y los gatos, sacándoles de la nada, constituye un proceso misterioso que su imaginación no puede alcanzar. Pero ningún niño os entendería si mezclarais el perro y el gato con todas las cosas juntas para formar con ellas un monstruo de mil patas llamado Naturaleza. E l niño se negaría resueltamente a dar fe a la existencia de semejante animal. San Francisco fué un místico que tenía fe en la mística, y no en la mixtificación » (1). En estas líneas de socarrona malicia, el más inocente en avatares filosóficos toma conciencia del ataque a fondo que lanza el pensador inglés contra el confu­ sionismo del misticismo panteísta. Y qué fina sonrisa se refleja en los labios de quien compara el fantástico monstruo de mil patas llamado Naturaleza, que la mente del niño rehuye aceptar como posible, con el animal-naturaleza, sanctum, sacrum et venerabile, que imaginó el primer gran panteísta del mundo moderno: Giordano Bruno. Pero calemos más en la intimidad del problema que estos escorzos literarios nos han ido apuntando. Su centro de gravedad es menester colocarlo en la concepción que el hombre a partir del renacimiento se ha forjado de la naturaleza. Esta con­ cepción la podemos resumir esquemáticamente en los siguientes puntos: Ante todo para el hombre moderno la naturaleza es «lo Absoluto», tomando este término en el significado técnico que adquiere este vocablo en la filosofía de los últimos siglos. Es decir: la naturaleza no oculta un trasfondo del que pende y del que recibe su significación. Es lo definitivo y lo único definitivo. Detrás de ella, la nada. Su materia, sus energías, sus leyes: he aquí lo que el hombre debe aceptar como última realidad del cosmos que le envuelve. (1) O. C„ 149-150.

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