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222 San Francisco y el panteismo naturalista franciscano. Cuando San Buenaventura, al sintetizar esta mentalidad, da por título a una de sus principales obras, Itinerarium mentís in Deum..., no hacía más que encontrar la fórmula teológica de lo que fué actuación palpitante en la vida de su santo Fundador. En literatura, el símbolo es un elemento permanente de belleza, y es muy difícil que género alguno literario pueda de modo absoluto prescindir de él. No obstante, hay concepciones filosóficas, sustrato necesario de toda producción literaria, que eliminan el símbolo, y otras que más bien lo motivan y demandan. Un sustrato filosófico determinista, como el materialismo y positivismo de fines del siglo último, que considera el mundo encajado en la camisa de fuerza de leyes férreas, última y única explicación de los secretos del cosmos, tenderá a eliminar radicalmente todo elemento simbólico en el que late siempre algo de misterio y de penumbra. Su expresión literaria será el naturalismo a lo Balzac o el realismo a lo Zola. Por el contrario, cuando el sustrato filosófico de la obra literaria es la contemplación del mundo bajo el poder de fuerzas oscuras y caóticas, y su devenir se interpreta como un perenne despertar de las capas subsconscientes, cuando se acepta ese pan teísmo naturalista del que venimos hablando a lo largo de nuestro estudio, como suprema explicación de la realidad, entonces el símbolo aflora por doquier con exigencia incontenible. Como la realidad en la visión panteísta se confunde y oscu rece, tiende a trasvertirse de mil modos en el símbolo, y en ocasiones quiere ser evocada por procedimientos mágicos, como evocaban las viejas pitonisas a su numen o demonio. No sin fundamento, simbolismo y satanismo se han dado la mano en la obra de muchos literatos. Recuérdese el caso de Shelley, de Holderlein, de Baude- laire, de Verlaine... ¡A qué distancia nos hallamos del San Francisco pciuper et humilis ! Y sin em bargo, este San Francisco, pobre y humilde, ha suscitado la admiración y precisa mente a causa de su simbolismo, en muchos de estos poetas románticos y moder nistas... El caso de Rubén Darío es notorio. Y su nombre evoca forzosamente su memorable poesía Los motivos del lobo. Su simbolismo naturalista apenas si se ha tenido en cuenta al enjuiciar tan bello canto a San Francisco. Y con todo, nos pare ce que el Rubén de Los motivos del lobo es el mismo de El tigre de Bengala. En un momento manso, en otro feroz; pero siempre bajo el juicio que Valbuena Prat hace del gran poeta: «Como buen sintético y resultante del siglo X IX , su religio sidad de la naturaleza es claramente panteísta» ( 1 ). Quizás estas afirmaciones choquen a algunos que inocentemente no han tenido más que elogios para Rubén Darío. Creemos por nuestra parte que es éste un caso típico de expresiones ambivalentes por medio de las cuales se puede o expansionar la más pura espiritualidad cristiana o velar la más caótica de las concepciones filo sóficas: la panteísta (2). Precisamente, para poner en guardia contra esta engañosa ambivalencia estamos emborronando estas páginas que buscan una senda de luz en tanta maraña. (1) Historia de la literatura española (Barcelona, 1946), t. II, 772. (2) N o queramos, con todo, ser demasiado severos con los poetas tan Alientes en su modo de sentir y de pensar. Es innegable que aun los más radicalmente alejados del cris tianismo se han sentido muy cerca de él en ciertos momentos de su vida. U n caso, el de Verlaine. Indudablemente, en ocasiones esto no ha sido mera persuasión subjetiva, sino vivencia íntim a de la verdad cristiana. L a situación del artista es en este punto diametral mente opuesta a la del frío filósofo, que si emprende un cam ino desviado, su orgullo carac terístico y típicamente profesional le impedirá dar con la senda de luz. P o r ello, una acción apostólica ilum inada debe tener en cuenta esos momentos de lucidez en la vida de los ar tistas para introducirlos para siempre en el cam ino que de pasada les ha subyugado. A esas horas fugaces de inspiración cristiana se han debido muchas de sus bellezas emotivas, exce lente punto de partida para la vuelta definitiva del alma a Dios.
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