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220 San Francisco y el panteísmo naturalista la vida de esta alma dulcemente inquieta, guiada no por la fría razón calculadora, sino por ese sacro entusiasmo que brota de las profundas regiones donde se anudan la intuición veraz y el sentimiento sincero. También el panteísmo naturalista ha cultivado con preferencia este método intuitivo, no sólo en el campo del arte, sino también en el de la misma filosofía. Para el arte sabemos que la intuición es un elemento esencial. El arte, aun el clásico, arte de medida y proporción, quiere ser el efecto de una inspiración divina, de una especie de furor sacro, motivado por la intuición. En el romanticismo esta intuición artística es el escondido atajo que lleva a la inmersión en la naturaleza. De aquí que el panteísmo haya encontrado en el romanticismo campo fértil donde explayarse. Hölderlin, Novalis, Shelley, Lamartine, Espronceda: todos sienten dentro de su peculiar modalidad la necesidad de dejarse dominar por esas fuerzas misteriosas que ligan al hombre con el cosmos. En el presente siglo, el modernismo ha de nuevo propugnado una visión intui­ tiva del mundo, por más ilógica e irracional que fuera. En nuestra literatura tenemos dos modelos bien característicos: Rubén Darío, que con alma de titán o de indio salvaje, como alguien ha dicho, siente el placer de contemplar la naturaleza en la orgía de sus fuerzas telúricas, y el desvaído Juan Ramón Jiménez, el poeta de la nostalgia y de la melancolía, el evocador del alma del ya famoso borriquillo «Pla­ tero», trotador dulce y festivo de los prados de Moguer. En todos ellos no cabe dudar de su preferencia por lo instintivo, por lo inmediato y sensorial en la comuni­ cación del alma humana con el mundo. En el campo de la filosofía, el método intuitivo se halla ligado igualmente al panteísmo naturalista. Basta recordar a F. G . Schelling, el filósofo más característico del romanticismo, unido a él por contactos personales, además de los ideológicos. Como todos los panteístas, Schelling ha buscado una primera intuición para abocar al ser. Pero, a diferencia de Hegel, que lograda la primera intuición fundamental desarrolla su ulterior filosofía en rígidos esquemas lógicos, éste, guiado exclusiva­ mente por su método intuitivo, va pasando en la interpretación sintética de la rea­ lidad por las más extrañas fases hasta acabar en los delirios del misticismo teosòfico. Este misticismo, teosòfico a lo Schelling, «degli eroici furori» a lo G . Bruno, orgiástico a lo Rubén Darío, melancólico a lo J. R. Jiménez, pero siempre falso misticismo, fruto de una supuesta intuición del cosmos, ha sido el eslabón por el que se ha querido añudar el alma diáfana, candorosa y sencilla de San Francisco con la tenebrosidad del alma panteista. Pero de nuestra breve exposición se deduce que la intuición de San Francisco se diferencia de la intuición del panteísmo natu­ ralista cuanto la mirada simple del niño del mirar desorbitado del visionario. Visionario es el poeta que enmascara la realidad al trasvestirla en imágenes y sentimientos que no tienen la menor correspondencia con el ser auténtico de las cosas. San Francisco, por el contrario, desvela con su intuición ese fondo mejor que tienen éstas en cuanto son espejos de otra realidad suprema a la que se hallan esencial y vitalmente unidas. Visionario es también el filósofo que se empeña con su intuición en ver lo que no hay: la unidad del ser. La unidad verdadera de los seres es auténticamente captada por el alma sencilla de San Francisco al sentir la dependencia radical de todo ser con el Ser Primero, con el Padre Universal de arriba, a quo omnis palemitas in cáelo et in terra nominaltir ( 1 ). E l segundo punto de contacto que hemos señalado entre San Francisco y el panteísmo naturalista es su tendencia a contemplar el Infinito en lo finito. Para San Francisco esta dualidad, finito-infinito, se transforma súbitame'nte (1) Cf. R. B oving , Das aktive Verhältnis des hl. Franz zur bildenden Kunst, en Arch. Franc. Hist. 19 (1926), 610-615.

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