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218 San Francisco y el panteísmo naturalista vina evidente inspiración franciscana se empieza a descubrir la naturaleza» ( 1 )- Frase tan sencilla y de apariencia laudatoria pone en guardia. El motivo es obvio para todo el que recuerde la trayectoria del panteísmo naturalista. Pero esta preocu pación se agranda cuando un filósofo como H. Heimsoeth, al estudiar el desarrollo de la filosofía en busca de la unidad de los contrarios, filosofía que culmina en la síntesis hegeliana, escribe, al tratar de uno de los propulsores de esa gran movi miento hacia el panteísmo, el Maestro Eckhart: «La tendencia a glorificar al mundo encontró en la época de Eckhart un terreno bien preparado. Había surgido una nueva posición con respecto a la naturaleza que empezó a hacerse dominante en todos los países. El nuevo amor a lo existente que profesa un San Francisco de Asís, llamando a la tierra madre y hermana y al viento hermano, no se perdió ya» (2). Ya tenemos al Santo que menos soñó en filosofías embarcado en la peor de todas: en el panteísmo. Las palabras que terminamos de citar de un filósofo ponderado en sus juicios, no obstante su tendencia a glorificar como la máxima filosofía el panteísmo de los filósofos de su nación, no nos permiten apreciación benévola alguna sobre la suerte que en un gran sector de la cultura moderna ha corrido la interpretación del amor de San Francisco a la naturaleza. Sería de desear un estudio de cómo se fué fraguando esta falsificación que se inicia en la época del romanticismo para culminar en los literatos decadentistas del siglo presente. El estudio no está hecho, aunque la curva de desviación se muestre ya clara, según nos permitimos indicar. Sabido es cómo el romanticismo de principios del siglo X IX señala una oscila ción pendular en el movimiento literario de Europa. Al seudoclasicismo enclenque y raquítico, con su formalismo pedante, atado servilmente al carro de la cultura clásica y despreciador insolente de los mil años de cultura cristiana medieval («las tinieblas de la edad media»), sucede el romanticismo que rompe el muro de conten ción impuesto a los ímpetus vitales de expresión por la «medida clásica» y busca en las tradiciones más entrañables de los pueblos los mejores motivos para su juvenil fantasía. Esto explica por qué las rechiflas volterianas contra los frailes, trotamundos pedigüeños, son suplantadas por una ferviente simpatía y admiración hacia esas fuerzas misteriosas de espiritualidad que irrumpieron un día en Europa para dar nos el portento de la vida monástica y al Pobrecillo de Asís. En este ambiente brota de la pluma del Conde Montalembert la apología de los monjes de Occidente y la bellísima historia de aquella que las crónicas medievales apellidaron «la dulce Santa Isabel». Goerres y Ozanam escriben sus estudios literarios de tanta resonancia sobre la personalidad de San Francisco. Católicos estos escritores, no se advierten en ellos desviaciones fundamentales en su interpretación sintética del hecho religioso medieval, si bien la crítica histórica haya debido rectificar muchos de sus puntos de vista. Especialmente esto cabe afir marlo de la interpretación que nos dieron de San Francisco. Pero en aquel ambiente romántico de selvática vegetación germinaron otras interpretaciones fundadas en una visión panteísta de la naturaleza, credo filosófico de los grandes genios del romanticismo literario. Bastaron, por lo mismo, ciertos puntos de contacto entre la visión romántica de la naturaleza y el amor de San Francisco a la misma para que se viera en el dulce cantor del Hermano Sol y de las demás criaturas un precur sor iluminado de la filosofía panteísta y naturalista. Ahora ya no es de admirar que Heimsoeth, ai historiar el panteísmo que admira en Schelling y Hegel, filósofos del romanticismo, especialmente el primero, señale como un hito de dicha historia a la dulce figura del Santo de Asís. (1) Historia de la filosofía. 4 ed. (Madrid, 1948), 180. (2) Los seisgrandes temas de lametafísica occidental. Trad. de J. Gaos (Madrid, s. a.), 48.
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