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P. Leandro de Bilbao, O. F. M . Cap. 207 mente la visión de los cristianos que reclaman la máxima atención a la cuestión social, porque intuyen que es la forma de licenciar automáticamente a todos los movilizados en «las masas» comunistas especialmente. Los otros integrantes del grave problema social son influencias ejercidas sobre las mismas por intereses ajenos a los mismos obreros, son consignas dadas por fuerzas secretas que explotan la inconsciencia de las multitudes. Si éstas, actúan violentamente contra la patria o la religión o la cultura, ha sido con la buena fe de que luchaban contra poderes hostiles a sus intereses de clase. Poderes siniestros han sabido involucrar su satanismo en el espontáneo esfuerzo de «las masas». Las grandes perturbaciones del orden público casi siempre han estado impulsadas por el fraude de los dirigentes contra «las masas». Las han empujado a la acción sangrienta bajo el reclamo de una mejora de precios, un alza de jornales, etc. Ahora bien, implantado un orden social justo, en el que no tenga cabida la reclamación torva de las multitudes, éstas se disgregan, se desmovilizan, quedando los demás problemas, entre ellos el religioso, como problema de la libre determina­ ción individual. La religión ha dejado de ser un elemento hostil a los intereses de clase, y desde ese momento la lucha deja de tener sentido en la conciencia de las multitudes desviadas. Esta es la esperanza de los que reclaman la solución urgente de la cuestión social como garantía del orden futuro. Es posible que las cosas se desarrollen en este sentido, y entonces veríamos claramente hasta dónde caló esto que llamamos apos- tasía de «las masas». Pocas veces se encuentran juicios tan sanamente optimistas como el de Pérez Embid: «Hay que pensar que este problema «obrero», mal llamado o exagerada­ mente llamado «social», que hoy agobia, es muy reciente. Hasta hace muy poco tiempo no ocurrió así. Llegará pronto, veinte, cincuenta años, un momento en que tal problema habrá sido resuelto, el desequilibrio actual estará reordenado, si bien creando unas nuevas realidades sociales, y se habrá restablecido una situación tranquila, en la que las cuestiones obreras no serán ya una amenaza, como no lo fueron tampoco antes. Los obreros habrán ocupado su sitio, el sitio que hoy aún les discute el capitalismo liberal, y en paz. La conciencia social por tanto no es un modo particularmente agudo de vivir nerviosamente la inseguridad contemporánea, sino una idea clara de que está cam­ biando el acoplamiento anterior de las clases sociales y de los hombres en ellas» ( 1 ). ¿Existe la cuestión social? Creo que hay motivos para desconocerla o negarla como problema planteado en los términos en que lo ha hecho cierta sociología que no ha sabido desprenderse de influencias capitalistas o ha caído en el tremendismo derrotista ante la dificultad de los tiempos vividos. La cuestión social está en la reorganización de la sociedad, exigida por la pre­ sencia de «las masas» que piden intervenir activamente en la vida pública de la nación. La cuestión social radica en la nueva conciencia social de «las masas» y en la capacidad política de éstas para realizarla. La cuestión social es la del problema de «las masas». Juzgar la honestidad y determinar la tolerancia de «las masas» dentro de los límites de la moral cristiana sería muy arriesgado, sin conocer antes y determinar las características éticas de la reclamación y de la acción de las mismas. ¿Es honesta y compatible con la espiritualidad evangélica la demanda de «las masas»? Residenciar ante los Evangelios a «las masas» porque reclaman una mejora social no tendría sentido, no puede caer fuera del orden moral una reorganización justa y humana de la sociedad. Sin embargo, se discute el sentido cristiano y la com- (1) P. Embid, Nosotros los cristianos. (Madrid, 1955), 82.

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