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P . G a b riel d e S o tie llo 159 su especulación, no podemos negar que ese filósofo cristiano ha pensado desde una situación social y personal cristiana. Querer separar el puro pensar del hombre concreto que piensa es situarnos en un plano quimérico y antihistó= rico y volver a estudiar las ideas como si fueran realidades independientes con su dialéctica peculiar e invariable. Quiere decir que en el fondo de la «filosofía cristiana» se trata de saber si frente a la metafísica del ser no hay otra metafísica del bien o del amor, que sería una verdadera metafísica «espe= cíficamente cristiana». Es sabido cómo los franciscanos han partido de aquel principio de que Dios se determinó a crear in ratione bonitatis y llegaron hasta el principio escotista de que lo primero que pretendió Dios en la creación fué la existencia de un ser que le amase infinitamente. Es decir, que el ser del mundo como origen y como fin — en San Buenaventura aparece también como ejemplar— tiene una base distinta de la explicación aristotélica. Cuando el Seráfico Doctor habla de haec est tota riostra metaphysica no emplea el término «metafísica» en un sentido desvaído y poético, si no en todo su rigor científico. Olgiati, que admira la concepción franciscana y que recomienda a los tomistas asomarse a estos abiertos horizontes franciscanos, cree que hablar de metafísica aquí es un abuso de terminología. Según él, el teólogo franciscano se ha salido del plano de la ontología para situarse en el de la historia. De todos modos, no se trata de un dilema en el cual sea impres= cindible adherirse a uno de los extremos enunciados. Se trata de una doble visión, la cual ha de integrarse armónicamente en nuestro conocimiento de la realidad.

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