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P . G a b riel rie S o tie lio de la materia». Por eso, no debe extrañarnos el triunfo del materialismo en todas sus formas, desde el materialismo dialéctico hasta el historicismo. Son significativas las palabras del máximo idealismo, de Hegel, en carta a un amigo: «He conseguido mi finalidad terrena, porque con un eríipleo.y una buena esposa se tiene todo en este mundo. Son éstas las cosas princi= pales a que un hombre debe aspirar y todo lo demás no son capítulos del libro, sino simples notas marginales» (p. 5 4 4 ). Ya tenemos al Espíritu con= vertido en un buen burgués, satisfecho de sí mismo. E l racismo de Rosem= berg irá más lejos, siguiendo las normas dictadas por Chamberlain y el conde de Gobinau. En el campo gnoseológico, caballo de Troya del Idealismo, las cosas no marchan mejor, ya que el principio idealista, además de ser arbitrario y aprio= rístico, está en franca contradicción con los datos del conocimiento. En resu= men: el idealismo es inutilidad filosófica e inutilidad práctica. Teorética* mente, vive fuera de la realidad y para los problemas de 1 a vida práctica, del dolor, de la muerte, no tiene respuesta ninguna, a no ser una fatal resignación ante la marcha de las cosas. Si todo lo real es racional, todo marcha como debe marchar, y no hay por qué quejarse de las cosas. Nuestro siglo, que entre muchos defectos, tiene la virtud de querer ser más realista que los siglos que le precedieron, ha abandonado definitivamente al Idealismo y se ha encaminado por otras sendas hacia la conquista de la verdad. M E T A F I S I C A Y A N T IM E T A F I S 1 C A Pero de lo anteriormente dicho no se desprende que hoy todos los pensa= dores se hayan instalado, sin más, en la ciudad amurallada de la metafísica clásica. Para nosotros, a cincuenta años no más del siglo del positivismo, nos satisface el saber que hoy la actitud metafísica cuenta y pesa, ha ganado numerosas cátedras universitarias y ha lanzado al mercado una nada despre= ciable literatura filosófica, aunque sigan oponiéndose a ella otros filósofos que la definan, con el desenfado de un Carlini, como «el mito de la filosofía». En el mismo año de 1953 se celebraron otros dos Congresos de Filosofía, uno nacional, en M ilán, y otro internacional, en Bruselas, donde se atacó insistentemente a la Metafísica. Un enemigo que tanto comienza a pre= ocupar es, sin duda, un enemigo real y peligroso, ya que quedan pocos Qui= jotes que se dediquen a alancear molinos de vientos o rebaños de mansas ovejas. E s lo que se desprende del examen que ha hecho C . Bontadini de ambos Congresos en lo que atañe a su postura antimetafísica. No es cosa de seguir paso a paso los textos y someterlos a nueva crítica, dado que aquí se trata de una orientación y no de una refutación directa ni de un estudio temático. Basta con recoger el resultado a que ha llegado el citado Gustavo Bontadini. Dice, por ejemplo: «Mi conclusión es ésta: el antimetafisicismo contemporáneo está vacío de sustancia... Esta frase apenas tiene nada de ofensivo para los adversarios de la metafísica (los que ha estudiado), ya que todos ellos, además de la parte que tienen de crítica, tienen otra de valor constructivo positivo. Quien aquí lleva todas las de perder es la esen= c¡a de la filosofía en una polémica en pro y en contra de la metafísica» (p. 6 9 1 ).

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