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P. Feliciano d e Ventosa 1 4 9 Hoy este modo de escribir lo llamaríamos plagio y hasta robo literario; pero en aquellos tiempos en que los escritores no tenían nuestras pelusillas literarias, tales hurtos nos revelan la filiación de los libros y dónde sus auto= res se iban a inspirar. Ya Menéndez Pelayo, con el fino ojo histórico que le caracteriza al estudiar todo lo español, advirtió el gran infujo de San Buena* ventura en los místicos franciscanos españoles. Ahora bien; si recordamos que las famosas Meditatíones vitae Christi, que si no tienen íntegramente por autor a San Buenaventura rezuman ciertamente su espíritu, fueron el pábulo de la piedad seráfica, su evangelio diario, como dijimos anteriormente, se advertirá por estos hechos sintomáticos cuán des= caminados andan cuantos pretendan sentir las palpitaciones del alma seráfica en una mera visión teológica de su doctrina escolástica. En este sentido cree* mos que el libro de S . Pañi, pese a sus méritos y a lo ponderado y sobrio de sus afirmaciones, es desorientador y antihistórico. Contra L . Casutt tenemos, ante todo, que objetar que los momentos cum= bres de la vida de San Francisco se han silenciado en su libro. Y son precisa* mente esos momentos, esas «situaciones», quienes nos revelan los latidos del corazón de Francisco, de donde brotó la fuente espiritual de nuestra mejor herencia franciscana. Cuando San Juan de la Cruz, en su dulcísima canción X V I , comienza a describirnos la paz del alma después de su desposorio místico, paz moti* vada porque el alma halla en Cristo, su esposo, todas las cosas, y, por ello, can= ta: «Mi amado, las montañas...», en este lugar el Doctor extático recuerda la oración de San Francisco: Deus meus et omnia. En esta brevísima oración ve San Juan de la C ruz compendiado cuanto va a describir en las dos bellí= simas canciones, en las que muestra que el Amado, Cristo, es todo para el alma: montaña, valle, río, silbo de aire, noche sosegada, etc... E l Doctor místico español había comprendido que este ver a Dios, el Amado, en sus creaturas fué el Itinerarium mentís... de Francisco al llegar a la cumbre de su vida mística. Fué en la cumbre de su vida espiritual y no en los aledaños de su conversión cuando Francisco se trocó en un iluminado que contempló de nuevo el mundo con ojos sin concupiscencia y, por ello, de este mundo hizo escala para contemplar mejor a Dios, como escribe el Doctor Seráfico: «En los seres hermosos admiraba la belleza infinita del Hacedor, y por los vestigios impresos en las cosas, encontraba doquiera a su Amado, formándose para sí de todos los seres una escala misteriosa, por la cual subía hasta Aquél que en expresión de los Cantares, es amable y dulce a la vez...» ( 2 4 ). (22) En el príncipe de nmstros místicos franciscanos, F r. Juan de los An­ geles se advierte esto con toda claridad. Para ver cómo estructura la psicología espiritual sobre la doctrina de Escoto, véase Conquista del Reino de Dios. Diá­ logo primero, párrafo V. Madrid, 1951, p. 50. Cf. A. T o r r o , Estudios sobre los místicos españoles. Fr. Juan de los Angeles, místico-psicólogo. T . I I , p . 3 0 ss. Sobre el P. Francisco de Osuna nos da muchas referencias el P. F i d e l d e R o s en su monumental estudio Un 1 naître de Sainte Thérèse... París, 1 9 3 6 , especial­ mente en la p . 51-53, 370-373. E l que el P. Osuna haya sentido profundamente la tesis del Primado de Cristo, no desvirtúa nuestra afirmación de la nota ante­ rior, en que hacíamos ver cómo una convergencia de la espiritualidad hacia esa tesis es debida a conatos relativamente recientes.

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