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P . F eliciano ele V en tosa 145 5 . M odo práctico para determinar las diversas escuelas. — Ya en el terreno de las últimas aplicaciones de cuanto llevamos dicho, el método práctico de llegar a determinar una escuela de espiritualidad sería el siguiente: a) Ante todo, penetrar íntimamente en el alma de quien ha creado con su vivencia extraordinaria una nueva corriente de vitalidad espiritual en la Iglesia. Andan, por lo mismo, muy equivocados, según este nuestro modesto criterio, cuantos van primariamente a los teólogos en busca de orientación en lo que toca a escuelas de espiritualidad. Hasta nos parece que frisa en el ridículo dar más autoridad, por ejemplo, a la doctrina de los Salmanticenses, por muy teólogos que sean, que a las vivencias de su Santa Madre, Teresa de Jesús. b) En la vida espiritual de estos jefes de escuelas se precisa una labor discriminante de lo que tienen de común con otros santos y lo que les es propio y peculiar. Para ello, nada más a propósito que sorprenderlos en esos momentos que la filosofía existencialista llama «situaciones», momentos ex= cepcionales que revelan lo mejor del espíritu. «Situaciones» de esta peculia= ridad son, en la vida de San Francisco, el coloquio con el crucifijo, la impre=> sión de las Llagas en el monte Alvernia, el exultante Canto di Fratre Solé... Son estas «situaciones privilegiadas quienes nos revelarán lo mejor de aquella alma, y ante ella comprenderemos cómo de allí brotó una fuente de espiri* tualidad que comenzó a regar un nuevo jardín de la Iglesia. Ese místico jardín es la nueva escuela de espiritualidad que a él debe su existencia y per= manencia. c) No todo lo que un Santo Fundador vivió, lo transmitió a sus hijos. Por eso se precisa otra labor de discriminación entre lo personal del santo y lo que tiene como caudillo y guía. San Francisco, que al fin de sus días se ve precisado a pedir perdón al hermano «asno», manda a sus frailes que depo= siten a sus pies los instrumentos de suplicio con que se martirizaban. Fran= cisco no quiere para los demás tanto como se exigía a sí mismo. Dentro de la severa austeridad de que impregnó la vida seráfica, San Francisco, en la historia de la espiritualidad, representa una minoración de penitencias, ayu= nos, abstinencias y castigos corporales. Sin embargo, en lo que toca a la pobreza fué más exigente que nadie. ¿Por qué? No es del caso contestar, si bien todo ello nos hace ver la necesidad de distinguir en la vida de los Fun= dadores, que han sido de hecho los máximos forjadores de escuelas de vida espiritual, el elemento personal del elemento herencial. A l clasificar las escue= las, nos debe preocupar, ante todo, este último elemento: la herencia que legaron a sus hijos. Gustosos nos detendríamos en la aplicación de estos principios a la espiritualidad del Seo. Padre San Francisco y a la rica herencia que nos legó a nosotros, sus pobrecillos. Pero dejamos esta labor constructiva para otra ocasión, que creemos muy próxima. Ahora vamos a cerrar esta ya larga nota con una breve crítica de las actitudes sostenidas por S. Pañi y L . Casutt, motivadores de este estudio. NATURALEZA Y GRACIA. 10.
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