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tiones vitae Christi, que durante siglos fueron el evangelio franciscano de la vida espiritual. Quizá a alguno haya extrañado el que el sentimiento fuera considerado por nosotros base de una diversa escuela de espiritualidad. Creemos, sin embargo, que históricamente nada es más cierto. Quien haya asistido a una misa de rito oriental y se haya dejado impregnar del recogimiento reverencial con el que dichas liturgias cubren el misterio de Dios, quien se haya dejado llevar del profundo sentido de adoración y de respeto hacia la Majestad Su= prema que impregna todo aquel ostentoso ritual, no podrá menos de reconocer que en estas liturgias se cultiva una forma característica de espiritualidad que en la psicología no se cataloga en función de los procesos de la inteligencia o de la voluntad, sino en función de lo que se llama actitud fundamental del espíritu, «sentimiento». La espiritualidad de occidente que mejor haré co= gido ese sentido de reverencia ante el Infinito, es, sin duda alguna, la bene= dictina. Su culto canta la gloria de D ios y su es una elevación perenne por la plegaria. Oración perenne, actitud latréutica: he aquí el sentimiento fun= damental que es médula de la espiritualidad benedictina. Concluyamos, pues, diciendo que toda esta riqueza dogmática y viven* cial nos señala el verdadero camino para llegar a determinar las notas dis= tintivas de cada escuela. 4 . Formación histórica de una escuela de espiritualidad. — Después de cuanto llevamos dicho, el determinar el origen histórico y la constitución de una escuela de espiritualidad nos parece sencillo. Esto tiene lugar cuando un alma grande y privilegiada vive de modo extraordinario un misterio dogmá= tico y es capaz de transferir su vivencia a una pléyade de seguidores. No basta, por tanto, una vivencia extraordinaria de un alma. Este es el primer requisito, pero no hay escuela porque no hay discípulos. La escuela se constituye cuando otras almas, menos ricas de virtualidad, escogen al alma privilegiada por caudillo y guía en su itinerario místico. El dicho evangélico nisi efficiamini sicut paruuli... ha sido perenne verdad dogmática desde la hora en que brotó de los dulces labios de Cristo. Pero fué un alma de fines del siglo X I X quien vertió lo mejor de su espíritu en este cáliz de verdad evangélica para impregnarse íntegramente de su contenido. Esta alma fué la petite Thérèse de Lisieux, como ella misma se llamaba. Es, con todo, muy problemático que esta alma tan grande en su caminito de pe= queñez y de infancia, regalo de Dios a un mundo perdido en la enmarañada senda de su doblez, haya llegado a constituir escuela. No conocemos de otras almas que en masa compacta la hayan escogido por maestra en su camino de renuncias insignificantes, pues por discípulas de tan gran santa no podemos considerar a la turbamulta de devotas románticas, nostálgicas de la lluvia de rosas que prometió haría descender a la tierra. Por el contrario: es jefe de escuela su homónima Santa Teresa de Jesús, porque vivió e hizo vivir. Y dígase lo mismo de los otros fundadores de órde= nes religiosas. Vivieron determinadas verdades dogmáticas y sus vivencias han pasado como rico legado a sus hijos, que se sienten seguros en pos de las huellas de sus santos Fundadores, a quien con toda justeza dan el título de «Padres». 144 M étodo paru d eterm in a r las escu ela s de e sp iritu a lid a d católica

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