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P . Feliciano d e V en tosa 143 la gloria de Dios»; en escuelas cristocéntricas, «todo por Cristo para el Padre»; en escuelas antropocéntricas, «todo para lograr la vida eterna». Encuadrar dentro de este marco la diversidad de escuelas lo consideramos ajeno a nuestro propósito actual, que sólo mira a hacer ver la necesidad de tener en cuenta el punto de vista dogmático al clasificarlas. Esa preferencia tan señalada en cada escuela por sentir vivamente un conjunto peculiar de verdades dogmáticas es el primer signo de su distinción. Pero esto sólo no basta. Por ello es preciso unir a este punto de vista doctrinal el otro, no menos importante, que podemos llamar vivencial. Como observamos anteriormente, ante la verdad dogmática la tensión de nuestras fuerzas psíquicas puede ser muy diversa. Si la psicología moderna tiende cada día con más insistencia a distinguí tres clases de virtualidades anímicas superiores: inteligencia, voluntad, sentimiento ( 17 ), las espiritualidades diferirán según que ejerciten prevalentemente una u otra facultad. Tomemos un ejemplo, que nos brinda S. Pañi. Para este autor, tanto la escuela dominicana como la ignaciana y la alfonsiana pertenecen a la misma escuela del tutto per ¡a gloria por impor= tar todas ellas una determinada visión teológica. Concedamos de momento que las tres escuelas gustan del teocentrismo tal como nos lo describe nuestro autor. No obstante, creemos caben aun diferencias fundamentales que les pueden separar en escuelas netamente distintas. A sí sucede que de hecho la escuela dominicana ha preferido siempre el ejercicio de la inteligencia, la ignaciana se caracteriza mejor por su potente voluntarismo y la alfonsiana prefiere la afectiva vía del amor. Convendrán, si se quiere, en la visión dog= mática de la religión y en la preferencia por sentir determinados dogmas; pero las separa netamente el modo de vivir esas verdades. Que es una vivencia muy distinta la teología noble y severa del Oficio del Corpus de Santo Tomás y las dulces y afectuosas Visitas a Jesús Sacramentado, de San Alfonso. Por ello, nunca podrán ingresar en el mismo encasillado una y otra espiri= tualidad. Todo esto nos habla de lo complejo que es el problema. No olvidemos que se intenta clasificar un elemento vital, siempre escurridizo y difíciU mente aprehensible. Pero esta complejidad se muestra en toda su exuberan= c¡a cuando se advierte cómo se entrecruza el contenido dogmático con la vivencia, motivando acercamientos insospechados y alejamientos impre= vistos. Un ejemplo de ello le terminamos de ver en las escuelas ignaciana y alfonsiana, muy cerca, según dicen, de la dominicana, bajo el punto de vista de su contenido dogmático, pero muy lejanas ambas bajo el punto de vista de la vivencia. Algo gemelo pasa con la franciscana y la del Cardenal Berulle. Esta última se abisma en las conocidas elevaciones sobre los misterios, mien= tras que la franciscana ha preferido tradicionalmente la sencilla vía del amor, tal como se refleja en el Lignum vitae de San Buenaventura, o en las Medita= (17) Sabido es de todos lo fluctuante que es la terminología psicológica mo­ derna, lo que embrolla y dificulta no poco los difíciles problemas de la misma. Uno de esos términos fluctuantes es el de «sentimiento». Nosotros aceptamos este vocablo, significando i:n afecto y situación subjetiva del espíritu, perte­ neciente, por lo mismo, a la vida superior del alma.

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