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Tercero: Equivocaciones acerca de la naturaleza de la Iglesia y del apos= tolado. «La misión de la Iglesia no es convertir, sino testimoniar»; hasta un profesor de Teología llegó a defender semejante tesis. «Es la doctrina la que está en juego», advertían voces vaticanas, alarmadas justamente. Cuarto: La soberbia que se apderó de varios de ellos. «Iremos hasta la excomunión, si preciso fuere», protestaba un sacerdote lionés, enfrenta n= dose con la autoridad eclesiástica en actitud de desafiador. ¡Qué triste es semejante actitud! ¡Mas cuán fácil es que un soberbio caiga en ella! 130 Im p o rtan c ia d e la cu estión so c ia l en nuestro apo sto lado R E S U M E N Y C O N C L U S IO N Deduciendo las consecuencias que dimanan de cuanto se ha expuesto a lo largo de esta disertación; teniendo, además, muy ante la vista las directri» ces orientadoras pontificias; aprendiendo, en tercer lugar, las lecciones que del fracaso del apostolado de los sacerdotes=obreros en la nación vecina se desprenden, podemos redactar algunos puntos de vista en orden a la práctica, a manera de normas que conviene que sigan nuestros religiosos, los que fueren destinados a este peculiar ministerio apostólico: 1.a Sumisión leal y sincera a la Jerarqia y a cuanto ella dispusiere. La motivación de semejante norma es clara: todo apostolado ha de seguir» la; a fortiori éste nuevo de que se trata, precisamente por eso, por ser nuevo y no estar exento de peligros. En lo que a nosotros, los capuchinos, pecu= liarmente se refiere, el Sumo Pontífice dió ese encargo a la Orden, direc» tamente a los Superiores, no a los individuos como tales. Los Superiores, pues, son los responsables del cumplimiento de aquel mandato, es decir, de ¡a puesta al día del apostolado de los predicadores y de cuantos se dediquen en una u otra forma a este ministerio. 2 .a Buen ejemplo. Entiéndase la esmerada práctica de las virtudes que el Sumo Pontífice singularmente recomienda para el ejercicio eficaz de dicho apostolado: Pobreza real y efectiva; Caridad, sobre todo en forma de celo sacrificado por la salvación de las almas de los humildes; Humildad, llaneza de trato y santa alegría, y, sobre todo, «nuestra tradicional austeridad de disciplina». E l solo ejemplo del capuchino pobre y franciscanamente alegre, parecía una refutación del comunismo a Pío X I , quien declaró al Padre General Virgilio de Valstagna, que durante la redacción de la encíclica Divini Redemptoris, anticomunista por antonomasia, se le venía a la mente con frecuencia la ima= gen de un capuchino: se entiende del capuchino tal cual él lo tenía conocido: del italiano, y, sobre todo, del de Lombardía.

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