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P . P ela yo cíe Z am a yón 129 carse, cuando su misión y la obediencia lo destine a ello, a la conversión o cristianización de hombres dedicados a cualquiera otra honesta profesión: zapateros, sastres, gañanes y hasta toreros o bailarines. Pero ¿deberá, para cristianizar a los bailarines, subir al teatro a dar zapatetas en el aire como aquéllos? Y para ganarse el ánimo de los toreros y atraerlos a Cristo, ¿bajará al ruedo con el capote y las banderillas o la espada? Y para hacerse escuchar de los gañanes, ¿estará bien que ponga mano a la mancera y se pase en las besanas ocho horas cada día tras una yunta de bueyes? Modestamente, dando mi parecer, respondo que no, hasta que algún apologista de los sacerdotes» obreros me demuestre con evidencia que no se puede evangelizar debida» mente a esas clase de trabajadores con ser sacerdote simplemente, sino que por fuerza (de ignoradas razones que deseo me sean manifestadas) tiene que convertirse por primera vez después de diez y nueve siglos de cristianismo en sacerdote=gañán, sacerdote=bailarín, sacerdote=torero o sacerdote=sastre, etcétera. Pues a pari, opino humildemente, que puede ser el apóstol de los obreros sin necesidad de convertirse, mejor, de transformarse en sacerdote» obrero. En tercer lugar, quizá haya algo más grave todavía. Un sacerdote que pasara ocho horas al día trabajando en el campo con su pareja de bueyes, pocos o quizá ningún peligro encontraría para su fe o su castidad. En cambio, hay que tener presentes los peligros que para una y otra virtud puede y hasta suele hallar el sacerdote=obrero por el continuo roce con personas descreídas y con mujeres de dudosa moralidad. Razón por la cual, no sólo a pan, como se dijo en el párrafo anterior, sino a fortiori, habrá que evitar la existencia del sacerdote»obrero con relación a ese hipotético sacerdote=gañán. Por fin, avala y corrobora mi sentir el ejemplo, o, para hablar sin eufe» mismos, los tristes ejemplos de apostasías en la fe y de faltas en cuanto a la moralidad en que cayeron algunos de dichos sacerdotes. Nótese, finalmente, que los caídos en uno u otro de los abusos anterior» mente notados fueron pocos (aunque yo ignoro el número exacto); mas el peligro de caer fué general para todos. Muchos de ellos lo vieron a tiempo y se retiraron (o fueron retirados) oportunamente, varios meses antes de que la autoridad eclesiástica suprimiera la institución como tal y depusiera a los Superiores Provinciales que habían andado remisos y tardíos en dicha supresión o retiro de tales sacerdotes=obreros. Hoy ya no existen; han sido sustituidos por sacerdotes para obreros y no como quiera, sino encuadrados dentro de una organización, la Misión Obrera. Esto ya es otra cosa. Todo esto podía haberse previsto con anticipación: de hecho, algunos ya lo previeron y dieron la voz de alerta; mas no se les hizo caso, como no suele hacerse a los pesimistas. Los hechos, después, han venido a darles la razón. Lo que no era previsible, lo verdaderamente extraño en sacerdotes apos» tólicos, fueron otros cuatro resbalones más graves todavía: Primero: La simpatía que llegaron a sentir algunos de ellos hacia el co= munismo, hasta el extremo de estimar conveniente para la Iglesia el paso de las masas y hasta dei mismo sacerdote al sistema comunista o similar Segundo: Las desviaciones teóricas y prácticas acerca de la caridad: crí» ticas acerbas contra la Iglesia y los católicos; brazos y corazones abiertos para los marxistas. NATURALEZA Y GRACIA.— 9.

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