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A mi modesto parecer, ¡a equivocación partió ya desde e! principio. Porque «ser sacerdote y ser obrero suponen dos funciones distintas, dos estados de vida diferentes, que no pueden ser encarnados en una misma persona». Así opinó el Cardenal Liénart, arzobispo de L illa , y con plena razón. Cuando el Sacerdote Déliat declaraba a la Prensa: «Somos sacerdotes cien por cien; pero queremos ser asimismo obreros cien por cien», puede creerse que hablaba con sinceridad; pero hay que reconocer que intentaba un impo= sible. Los sacerdotes obreros fracasaron, porque tenían que fracasar. «La sotana estorba», decían. Y si querían ser obreros de verdad, quizá tuvieran razón. Pero si la sotana o el hábito — con todo lo que ellos significan y exi= gen— estorban para ser obreros, hacen falta, en cambio para ser sacerdotes, o, a lo menos, para conservarse como sacerdote en ambientes que favorecen muy poco al espíritu sacerdotal, entre hombres y entre... mujeres. Desde el momento en que la sotana o el hábito comenzaron a estorbarles, comenzó a triunfar el obrerismo en aquellos apóstoles; pero comenzó a decaer simu!= tánea y paralelamente su espíritu y vida sacerdotal; resbalaron por una pen= diente peligrosa; hasta que La Jerarquía eclesiástica francesa, de acuerdo con la suprema dirección del Vaticano, suprimió al sacerdote-obrero, que nunca debería haber existido, y lo redujo a «sacerdote de la Misión obrera», que es lo que siempre deberá existir. Cuando afirmo que los sacerdotes obreros nunca deberían haber existido, intento sostener, que dicha figura ministerial o servicio o apostolado es inne= cesario, es incompatible, es peligroso; todo lo cual es corroborado por la expe= riencia. Al decir que es incompatible, no afirmo que se dé contradicción abstracta entre la noción de sacerdote y el concepto de obrero; pero sí que se da in= compatibilidad práctica. En efecto: Supongamos un trabajador asalariado, que emplea ocho horas de su jornada en trabajos manuales serios por cuenta ajena y — generalmente— bajo ajena dirección, en fábricas, minas, talleres o almacenes..., en una palabra, un obrero. A l mismo tiempo, es sacerdote; tendrá, pues, que celebrar la santa misa, rezar el oficio divino, tener sus horas de oración mental, practicar el examen de conciencia, la lectura esp¡= ritual, la visita a Jesús Sacramentado y estudiar las ciencias sagradas, como todo sacerdote. Como apóstol que es, o pretende ser, el sacerdote=obrero tendrá que confesar, predicar, aconsejar, deshacer objeciones, consolar... Pregunto: Si es obrero cien por cien (ocho horas de trabajocon esmero y diligencia), ¿dispondrá de tiempo libre, de fuerzas físicas y de disposición psíquica favorable para practicar las demás obras señaladas, cual debe prac= ticarlas todo sacerdote cien por cien? Quizá alguien,insistiendo, responderá que el método, unido al entusiasmo, hace milagros en esto de aprovechar fructuosamente el tiempo. Y yo asiento a la respuesta. Pero añado que ni el entusiasmo, ni el método, ni fuerza alguna humana o divina puede realizar el milagro de hacer que la hora tenga más de sesenta minutos. Como tampoco creo que Dios esté dispuesto a prolongar más de cierto límite las fuerzas físicas de los sacerdotes=obreros con milagros repetidos habitualmente. Pero, además, para evangelizar y mantener en la fe a los obreros, no es preciso que el sacerdote, aun el dedicado especialmente a ellos, a su cris= tianización, sea sacerdote=obrero. También el sacerdote tiene que dedi= 128 Im po rtan cia d e la cu estión so c ia l en nuestro apo sto lado

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