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de nuestra Orden; un solo párrafo de ella vale por varias disertaciones bien razonadas: «Que pongan en ello — exhorta— empeño cada vez mayor lo exigen nuestros tiempos, y eso no sólo en las iglesias — a donde frecuentemente no acuden quienes más necesidad tendrían de entrar— , sino en todas las ocasio» nes en que, como a sacerdotes, se les presente la oportunidad de ejercer el ministerio sagrado: en los campos, en las oficinas, en las fábricas, en los hospitales, en las cárceles; en fin, en medio de las masas de trabajadores, hechos hermanos para con los hermanos, para ganarlos a todos a Cristo. »Que mezclen su propio sudor con el de los obreros; que disipen de sus mentes las tinieblas del error y les arrastren a la luz de la verdad; que se esfuercen por serenar sus ánimos, exacerbados por el odio y la pasión, infun» diendo en ellos la caridad divina. Y especialmente que les hagan compren» der bien que la Iglesia es su verdadera madre, madre que se preocupa no solamente de su eterna salvación, sino también de aliviar su suerte misera» ble, levantándola a una mejor y más elevada condición de vida, no con ideo» logias falaces, no con tumultos, no con violencias, sino con la justicia, con la equidad, con una amigable pacificación entre las clases sociales. »Pero, ante todo, es necesario educarles en la observancia de los precep» tos cristianos, incitarles a profesar debidamente la religión, a frecuentar los Sacramentos y a restaurar las buenas costumbres, tanto en la vida pri» vada como en la vida pública, porque, como sabéis, todo vacila, decae y pronto o tarde se derrumba miserablemente cuando se abandona la verdad evangélica y se da de mano el ideal de vida virtuosa al que el Redentor divino ha llamado a todos los mortales. Empeñaos, pues, en todo esto sin perdonar fatiga y con el alma inflamada en amor divino; penetrad en medio de las masas como mediadores de paz, maestros de la verdad, alimentadores de la piedad cristiana y de la santísima religión. Brillad delante de todos por el ejemplo, con lo que podréis más fácilmente atraer sus ánimos, y, por tanto, conquistarlos para Jesucristo. Porque sólo de este modo, con la inspiración y con la ayuda de la divina gracia, emulando las gestas gloriosas y santas de vuestros mayores, recogeréis cada vez más copiosos frutos de salvación. »Tened, además, por bien cierto y comprobado que para emprender seme» jantes y tan intensas actividades de apostolado como las que requieren de vosotros los nuevos tiempos, no debe en modo alguno debilitarse, y mucho menos modificarse radicalmente, el tenor de vida propio de vuestra profesión religiosa: más bien es necesario que éste se compenetre y se informe cada vez más con el espíritu evangélico y que todos resplandezcáis con aquel bri» lio de pobreza que es propio de vuestra Orden, que os distingáis por la amable simplicidad y humildad, y, sobre todo, que os mantegáis en vuestra tradicional austeridad de disciplina; pero de tal manera que ésta no sirva de impedimento a la acción del sagrado ministerio y os compenetre de la soberana alegría que deriva de la conciencia del deber cumplido; e igualmente que ardáis en aquel amor seráfico hacia Dios y hacia el prójimo en el que se consumió todo el curso de su vida el Patriarca de Asís. Solamente mante» niéndoos fieles a estos principios e intensificando cada día más el ardor de la piedad y de la vida interior, vuestras obras exteriores podrán alcanzar 126 Im p o rtan c ia (le la cu estión so c ia l en nu estro apo sto lado
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